Hablillas

Rosa, hada madrina

No resultó fácil reunir a las casi cincuenta alumnas de la promoción pero la constancia y la paciencia se unieron en Rosa Bustelo, artífice de este reencuentro.

Es el verano la estación propicia para hacer lo que no podemos durante el resto del año. Treinta días no dan para mucho descanso pero sí para extraviar la rutina laboral, alterar la doméstica, saborear la “fresquita” y rescatar el serano, la tertulia nocturna. También es tiempo de reencuentro, de aprovechar los cabos que lanza la oportunidad, la casualidad o la cercanía de una cita.

Cuántas veces habremos oído –porque nos lo han contado- o habremos participado –porque nos han llamado- de esta excitante alegría tan distinta a una sorpresa de cumpleaños o a un regalo hecho espontáneamente. En efecto, el reencuentro tiene un significado más profundo por la larga separación de los integrantes del grupo. Ese espacio, inmensurable cuando se anuncia su término e incompresible cuando aparecen los rostros, se ha ido llenando de recuerdos que chispeaban silenciosos estirando labios, pintando sonrisas sin dientes.

El que hoy refiere la hablilla se adorna con la alegría particular, absoluta y distinta de la etapa compartida en el colegio. No resultó fácil reunir a las casi cincuenta alumnas de la promoción pero la constancia y la paciencia se unieron en Rosa Bustelo, artífice de este reencuentro. El jardín de su casa chiclanera, como el ojo glauco del cíclope que vigila el castillo y la punta del boquerón,nos recibió poco a poco, agrupadas como solíamos hacerlo en la época escolar. Al cabo de un rato se transformó en aquella clase de la Compañía de María por la que pasaron las religiosas Garcés, Ruiz Cabello, Miró, Jiménez de la Plata, Cepero, Gelart, Cabezas, Feliciana Rodríguez y las profesoras Isabel, Olivita, Mª José, Rosa, Angelines, Pili, Cristina, Aurora, Meli y Mª Angustias. Todas fueron recordadas, añoradas y admiradas por su vocación, dedicación y paciencia. Con dulzura brindamos por ellas, con alegría lo hicimos por nosotras y con la voz empañada por la nostalgia brindamos por las ausentes,por las que se vieron obligadas a marcharse al otro lado de la vida. Con serenidad bebimos el silencio posterior, sutil y breve, luego franqueamos el paso a la cordialidad.

En su último día, el mes de julio parecía remolonear, no quería irse. Nos encantó con sus caricias de aire fresco, poblando el cielo de nubes, jugando con el sol a ratos, dejándole pintar una estela brillante sobre el mar. Las horas pasaron entre suspiros, carcajadas y guiños de complicidad que se acercaban a la irremediable pero no triste despedida porque nos vimos y sentimos como entonces, como si los años no hubieran pasado. Juntas vivimos una etapa inolvidable, con sus momentos dulces y amargos, alegres y tristes, complicados y tolerables porque sólo teníamos que ocuparnos de estudiar. Volvernos a ver nos devolvió a entonces, a ese tiempo que permanece, donde no hay hueco ni distancia. De vuelta a casa, la luz mortecina de la tarde dejaba ver la luna creciente, sonriendo desde el cielo como el gato de Cheshire. Y nos dimos cuenta de que durante unas horas volvimos a ser la Alicia del cuento. Y lo fuimos por la constancia y la paciencia de Rosa Bustelo, hada madrina con teléfono en lugar de varita. Gracias por tu iniciativa, por revivir y vivir los recuerdos, por volver a disfrutar sentimientos encontrados, por hacer realidad lo que todas hemos pensado en alguna ocasión. Y gracias a tus hermanas y a tu madre, por estar contigo, por reír con nosotras. Nunca olvidaremos este 31 de julio. Los móviles, hoy, continúan enviando y recibiendo fotografías que ilustran mensajes llenos de cariño y gratitud.




 

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