En román paladino

De la euforia a la decepción

Lo que está por verse es cómo se puede conformar el parlamento y el gobierno catalán con tantos huidos, presos e imputados.

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De la euforia contenida que se levantó en el conjunto de la España constitucional por la aplicación, por vez primera, del artículo 155 de la Constitución se ha pasado a una decepción expectante tras los resultados de las elecciones catalanas. Los defensores de la unión sin reservas con el resto de España han ganado en votos, aunque no en escaños. La resistencia del voto separatista es notable y su mayor representación en Lérida y Gerona les ayuda al triunfo. No es nuevo. Le pasó a Hillary Clinton y le podría haber pasado a cualquier partido en España si gana en las provincias despobladas que están sobrerrepresentadas en diputados actualmente, en detrimento de las de mayor población. Ya sucede  con la apabullante mayoría absoluta del Partido Popular en el Senado. Cuatro senadores eligen Madrid y Barcelona, los mismos que Soria o Teruel.

El campo separatista hasta hace poco era más matizado en su relación con España. Del “mejor encaje” -que era mayoritario- de Cataluña en España se ha pasado, con Puigdemont y Junqueras,  a la opción de la independencia sin más. Se verá qué evolución se va produciendo en el futuro próximo,  teniendo en cuenta el desgaste de las instituciones catalanas y de la  economía del Principado.

Ahora comienza una difícil cuenta atrás. Elección de la mesa del Parlamento y elección del presidente de la Generalitat. A ambos cargos aspiran en principio los mismos que lo ejercían cuando se aplicó el 155: Forcadell y Puigdemont. Junqueras es el candidato a la vicepresidencia. Como si no hubiese sucedido nada. Pero hay  un  hecho capital. El día que Puigdemont iba a convocar elecciones -y no tuvo el valor de hacerlo ante las críticas del diputado Rufián de Esquerra de haberse vendido por 155 monedas- cambió la historia de la autonomía catalana. En su lugar se dirigió al Parlamento, se proclamó la independencia –aunque nunca se arrió la bandera española de la Generalitat ni del Parlamento- y empezaron las actuaciones del Gobierno español, el Senado y los magistrados que acumulaban ya muchas razones. El discurso del Rey fue fundamental. La quiebra catalana estaba ya consagrada. El resto es conocido. Lo que está por verse es cómo se puede conformar el parlamento y el gobierno catalán con tantos huidos, presos e imputados. Cualquier cosa puede pasar menos la normalidad. La política se ausentó y la justicia ocupó su lugar.

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