Caballero Bonald nos engaña, afortunadamente, cada dos años. Después de recibir el Premio Cervantes el año 2012 daba a entender que su obra estaba concluida. El “viejísimo” escritor –como a él le gusta autodenominarse- está más joven que nunca. Es el indubitado estandarte de las letras andaluzas y –mal que le pese a la Real Academia Española- uno de los más eruditos artesanos de la lengua y la lingüística en que hablan y escriben quinientos millones de personas. La actualidad, cargada de malas noticias, agobia con la corrupción, el terrorismo, la desafección política por ello tenemos que encontrar espacios para hacer germinar otros sentimientos más positivos. Vale la pena hacerlo con Caballero. Los libros inesperados de nuestro jerezano son siempre un chorro de aire fresquísimo. El último, Examen de Ingenios, comprende un centenar de retratos de las personalidades literarias con las que se ha relacionado. Delicioso, ejemplar, magnifico retrato también del propio autor. Al describir a los retratados él mismo se muestra como es. Es lo mejor del libro. “”La perspectiva de las semblanzas no pretende ser lisonjera, tampoco desapacible, o sólo a cuenta de alguna sobrevenida mordacidad”-dice el autor-.
Tuvimos ante nosotros un monumento a la poesía –Entreguerras- una cima poética y vital y el testamento de toda una generación. Reconocido por todos. Salvo donde debería ser porque no podemos olvidar que a Caballero Bonald le cerraron de mala manera las puertas de Real Academia Española. ¿Una injusticia? ¿Puede ser siquiera una injusticia en un mundo donde hay tantas y tan grandes injusticias? Él se desquitó con Desaprendizajes y Manual de Infractores, otros monumentos poéticos. Un escritor, un intelectual que se había implicado en numerosas causas, muchas de ellas perdidas de antemano, como se puede ver en el libro de Santos Juliá: Nosotros, los abajo firmantes. Una historia de España a través de manifiestos y protestas. Ha demostrado un talante rebelde y de denuncia del poder, de refutación del discurso oficial, que es la vieja cualidad de los intelectuales y lo ha empleado para despertar las conciencias y para señalar la ausencia de libertad, los atropellos a los derechos y la lucha por la libertad. Es un intelectual de los que echamos en falta más voces. De los que, frente al pensamiento imperante, está a la altura de su responsabilidad histórica.
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