Pudo ser presidente del Gobierno. No lo fue, y todavía no se conocen muy exactamente los motivos, pero se intuyen. Aznar tenía en su famosa libreta azul -¿para que otro color?- los nombres de tres candidatos a sucederle, tras su compromiso –que le honra- de no estar más de ocho años al frente del ejecutivo. Los nombres anotados eran Mayor Oreja, Rodrigo Rato y Mariano Rajoy, que fue el elegido y aclamado sin rechistar por su partido.
La opinión pública y la publicada se decantaban Rato. Los populares también, como autor del milagro económico para la entrada en el euro en tiempo y forma y para expandir la economía con el boom inmobiliario. Algo sabría o sospechaba Aznar para optar finalmente por Rajoy. Sin embargo, como pasa con todas las sucesiones comienzan con miel y terminan con hiel. La distancia entre Aznar y Rajoy es ya sideral.
Rato ha defraudado a todos. A los inspectores de Hacienda que él comandaba, a los populares que confiaron en él haciéndolo diputado por Cádiz, donde fue referente desde 1982 a 1989-, a los mandatarios del Fondo Monetario Internacional (FMI), donde dio la espantada, a los clientes de Bankia a los que defraudó sin pudor, y al conjunto de los españoles cuando se van enterando de sus barrabasadas.
Ahora se ha sabido que siendo ministro y vicepresidente del Gobierno tenía negocios con cuentas en negro en los paraísos fiscales, que los bancos y cajas de ahorro le hicieron quitas extraordinarias a sus empresas, que las empresas estatales privatizadas por él le pagaban el peaje con sabrosos contratos publicitarios a sus empresas, que siendo jefe del FMI le descubrieron cuentas ilícitas y tardó un día en dimitir sorpresivamente del cargo de director, y muchos etc.
Ser respetable es otra cosa que llevar corbatas vistosas y trajes muy caros. Tampoco poner voz impostada de autoridad, ni largar los numerosos discursos contra la corrupción y a favor de la ética como dio Rodrigo Rato Figueredo. Rato es ahora el ejemplo de político corrupto, inmoral, golfo y sin vergüenza según lo titulan, sin miramiento alguno, la mayoría de los medios, abrumados por la cantidad de datos que caen sobre sus redacciones. “Los españoles asistimos a una explosión de casos de corrupción, cada vez en personas más relevantes…” criticaba Rato hace años con un cinismo anticipatorio descomunal.
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