El ojo de la aguja

La vejez

El paso del tiempo que somos nosotros, se nos adentra y nos lleva de la mano, casi sin darnos cuenta, como aquella letra de Gardel “que veinte años no es nada”. Con la vejez llegan, más que a nadie, las limitaciones, enfermedades, no estar en la necesidad del necesitado

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La vejez, el agostamiento, la última etapa de la vida, le viene a uno a la memoria la presencia de Eugene Ionesco, el creador del teatro de lo absurdo, cuando atenazado por el paso del tiempo, agarrado al brazo de su también anciana esposa, apoyada en un bastón acudía a jardines y parques, en constantes monólogos, encabezado siempre por la frase: “Dios mío, haz que crea en ti”.  Eugene Ionesco valoró la vejez una vez vencida su incredulidad, aceptó las limitaciones, en la más exacta lucidez de su mente. Y día a día agrandaba su sabiduría casi sin poder andar, junto a su esposa, en parques y jardines, con la contemplación de la vida, al paso de las edades. “Se vive para vivir”, y matizaba, “hay que ser viejo para saber lo que es la vejez”.
El paso del tiempo que somos nosotros, se nos adentra y nos lleva de la mano, casi sin darnos cuenta, como aquella letra de Gardel “que veinte años no es nada”. Con la vejez llegan, más que a nadie, las limitaciones, enfermedades, no estar en la necesidad del necesitado, descansar en el umbral de lo inútil, un mundo interior en el que sacamos fuerzas de flaqueza para tirar para adelante en afanes de vida que ya quedaron en la lejanía. Ionesco se aferraba en sus últimos días postreros de su convencimiento de Dios.
Todo parece indicar el hecho de que nos volvemos viejos para ser nuevamente niños, paralelos cuidados en diferencias  edades, en la senectud, las enfermedades, la soledad no deseada, el abandono, el tremendo dolor de no contar con nadie cuando más se necesita convierte a la vejez en una desazón que se acepta a pesar de que duele.
En los tiempos que corren, cuando desgraciadamente se han perdido todos los valores humanos, donde se impone el imperio del dinero, la vejez, algo que fue considerado desde tiempos inmemoriales como algo sagrado, se convierte en un estorbo. En las tribus indígenas  la voz y la sabiduría siempre las tenían los patriarcas.
Enfermedades, abandono, miserias, injusticias, desmanes, se ceban con los viejos de todo el mundo. Ejemplos sostenemos al porrillo, hechos como el de una familia que se va de vacaciones y deja al viejo en una gasolinera “por olvido”. Hechos más dolorosos todavía en las personas que padecen hepatitis C, entre las que hay un grupo bastante considerable de mayores, que fallecen por no contar con el debido medicamento.
A la vejez se mira de lejos, en la lejanía, la vemos en los demás de tal manera que nos hace sentir que no nos va a llegar nunca. Traidora actitud de las manijas del tiempo que nos hace incrustarnos  en la mentira en todos sus conceptos. Se nace para morir, somos aves de paso que el tiempo detiene en su medida y a su hora. Se llega a la vejez para ser viejo, pero siempre en las puertas de esa muerte que nos espera se vislumbran hálitos de vida.

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