El Loco de la salina

A los niños, ni agua

¿Aquí no se mueve nadie? ¿Aquí nadie se pregunta qué hacen tantos niños cañaíllas en Jerez?

Cuando me doy una vuelta por La Isla, de la que hablo continuamente en el manicomio a mis amigos los locos, me llama la atención la cantidad de niños que aparecen por todas partes. Deberían ser el futuro de esta ciudad, la semilla que nos tendría que traer la prosperidad, el germen de nuestras esperanzas. Y me quedo embobado al contemplar sus inocentes caritas con esos ojos abiertos de par en par preguntándose de qué va todo este montaje que les estamos preparando los mayores en este mundo tan desquiciado.

Pues bien, aparte de que al paso que vamos la mayoría se tendrá que ir al extranjero a buscar trabajo, he llegado a la conclusión de que aquí parece que una mano negra se ha propuesto que a los niños ni agua. La bonita idea de celebrar en la feria el día de los niños parece que se ha fastidiado, porque para qué nos vamos a molestar en organizar algo que a lo mejor no es rentable o que origina muchos calentamientos de cabeza. Los niños deben acostumbrarse a la vida dura, una vida espartana, una existencia sufrida, para que se vayan haciendo el cuerpo a lo que les espera en un futuro próximo.

Sin embargo, me van a permitir echar una sincera lagrimita al pensar en ellos, porque la niñez es lo más bonito e inocente que tenemos ahora mismo entre manos. Y lo digo con un poco de irritación, porque el otro día estuve en Jerez y pude ver algo que me dejó flipando. Estaba la mañana apetecible y me llevaron, porque a mí hay que llevarme, a lo que se conoce allí como la Ciudad de los niños. Impresionante.

Perdí mucho tiempo saludando, porque allí había más niños de San Fernando que en el Registro Civil de esta bendita ciudad. Claro, en seguida me hice la pregunta: ¿por qué no hay algo parecido en La Isla? Aquello tiene casi 40.000 metros cuadrados y dispone de instalaciones de pistas de baloncesto, pista de patinaje, toboganes, pueblo infantil, saltadores, areneros, pirámide de red, columpios, tirolinas, minicampo de fútbol, zona musical, zona acuática, además de anfiteatro para la interpretación de obras de teatro infantil y de títeres…Todo ello entre pequeños montes a modo de campo natural y en un ambiente delicioso.

Las entradas a las distintas atracciones valen un euro, pero, si compras una pulserita por tres euros, te puedes montar donde te venga en ganas. También hay zonas para los mayores. Alguien me dirá que La Isla no es comparable con Jerez y lleva razón, pero tendremos que reconocer que la imaginación y el ingenio no son precisamente nuestras mejores cualidades.

Estoy convencido de que aquí en La Isla podríamos hacer algo muy parecido con los terrenos que todavía tenemos muertos de risa o con los que podríamos tener, si Defensa se dejara ya de pamplinas. Ya sé que a mí no me van a hacer caso, pues cuantas ideas he reflejado en estas locas colaboraciones se las han pasado por el lugar donde la espalda pierde su honesto nombre.

A pesar de esta locura que me atosiga, aún me quedan fuerzas para decir que estamos finiquitados, que La Isla está más muerta que viva, que los que podrían darle un poco de salsa a la cosa han enterrado su imaginación, en el caso de que la tengan, en el oscuro fondo de la apatía.

¿Aquí no se mueve nadie? ¿Aquí nadie se pregunta qué hacen tantos niños cañaíllas en Jerez? ¿No se le cae el alma a nadie al pensar que se nos van las mejores? ¿No tenemos lo que hay que tener para que sean los niños de Jerez los que vengan aquí y no los nuestros allí? Pues nada, nosotros a lo nuestro: nuestra falta de alicientes, nuestra escasa imaginación, nuestro amor por la muerte lenta que está teniendo este tanatorio en que se ha convertido La Isla.

Cuando los romanos destruyeron Cartago, la sembraron de sal para que no creciera ni la hierba. Aquí no hace falta, ya tenemos sal de sobras como para que no crezca ni siquiera un pequeño brote verde de esperanza. Herodes mató a los niños de golpe; aquí los estamos matando poquito a poco. De pena.

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