El Loco de la salina

¿Nieve en La Isla?

Si por fin pudiéramos oír el traquetreo del tranvía de una santa vez, el cielo se pondría a nevar ya mismo.

Hace un montón de frío. No es normal. Por todas las trazas que trae parece que viene del norte. Y ya se sabe que el sur poquito puede esperar del norte, excepto este frío y muchos reproches por nuestras supuestas ganas de no trabajar, cuando aquí no para la gente de suplicar carga de trabajo. Es la fama que arrastramos. Pero aparte de por otras cosas, estoy loco por ver la nieve. Incluso de vez en cuando saco la mano para comprobar si el cielo bendito se ha acordado de esta tierra y nos ha enviado unos cuantos copitos, al menos para saber de qué están hechos por dentro. Sueño con ayudar a mis nietos a levantar un buen monigote en la calle y a ponerle la zanahoria en la cara. Todas las mañanas me asomo por la ventana de mi celda a ver si puede ser. Veo embobado en televisión esos pueblos de Castilla más blancos que el folio de una novela sin empezar y me quedo con la boquita abierta y la imaginación bloqueada. Me he parado a pensar, cosa que no sabe usted lo que me cuesta, y he llegado a la triste conclusión de que aquí en La Isla, tal como están las cosas, es imposible que pueda nevar. El razonamiento de este loco es muy lógico. Lo primero que se requiere para que se produzca la nieve es que la temperatura se estrelle por debajo del cero y que el calor desaparezca. Sin embargo, en esta Isla de nuestros amores la temperatura sigue subiendo cada vez más y está el horno tan calentito, que por mucho frío que haga, el agua de lluvia no cuaja como Dios manda.

Entre el interminable tema del Hospital de San Carlos, la total falta de trabajo, los terrenos militares muertos de risa, los ocho millones sin aparecer, los bancos sin soltar prenda, los políticos dando la nota un día sí y el otro también, el tranvía sin concretarse y lo que te rondaré morena, el patio está que hierve. Y así es imposible que pueda nevar. Si todos esos problemas calentitos se produjeran en las cumbres más altas de los Alpes, estoy seguro de que allí tampoco podría nevar. Dice el refrán que año de nieves, año de bienes. Pero en La Isla podríamos afirmar lo contrario, año sin nieves, año sin bienes. Así que lo tenemos claro y negro al mismo tiempo.

Y pensando, pensando, he podido concluir que la nieve podría aparecer si vamos enfriando los temas y sobre todo si vamos dándoles soluciones. Por ejemplo. Si el Hospital de San Carlos se convirtiera en un Hospital Público que atendiera dignamente, como se lo merece, a los cien mil habitantes que tiene esta desamparada Isla, no hay duda de que la nieve ya tendría un ambiente más favorable para caer. Si la gente, en vez de estar parada contra su voluntad, tuviera un trabajo digno con el que poder vivir con normalidad, seguro que la nieve ya estaría aquí. Si los ocho millones que se llevaron por la misma cara aparecieran un día de estos, los ánimos se enfriarían y los primeros copos no tardarían en aparecer. Si los bancos abrieran el grifo para socorrer a los que hemos soltado veinte mil millones para socorrerlos a ellos, la cosa se pondría de caramelo. Si los políticos dedicaran su trabajo al interés común y no a labrarse un brillante porvenir, la nieve tendría ya muchas posibilidades de hacer acto de presencia. Si por fin pudiéramos oír el traquetreo del tranvía de una santa vez, el cielo se pondría a nevar ya mismo. Pero no puede ser. Aquí, mientras que la atmósfera esté tan calentita, no nieva ni de broma. Me encantaría que el título de estas líneas no llevara interrogación, pero qué le vamos a hacer, habrá que esperar con mucha paciencia.

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