Ilusión

Es necesario alimentarla como a un bebé y estirar su bonanza y acoger juntas sus brasas y conservarlas en el hogar del alma

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El hombre vive de ilusión y el paso del tiempo lo va acondicionando con una cortina de sueños que lo protegen de las inclemencias: las creencias tienen un arraigo muy firme en nuestro ánimo y pueden doler al separarlas. Casi lo que somos se ha venido uniendo desde que nacimos en una comunicación con el medio. Tiene en esto una parte muy importante la familia, especialmente la madre, que se entró dentro de cada uno a través de los sentidos. El tacto el que más, envuelta nuestra existencia en la piel y llegando en profundidad al mismo ego.  La sensibilidad es fruto de un pezón que encontraron nuestros labios en el momento oportuno. Pero, fuera de la materia, ¿qué es esta existencia? Mejor, ¿qué es el hombre? Hasta donde somos, sueño, y en lo que cabe no dejo de sentir emoción al contemplarme.

La experiencia luego es religiosa. ¿Es tendencia o es cortedad? Un ser omnipotente para colmar nuestra limitación y eternamente amoroso que llene el vacío que nos puede desgarrar por dentro. Providencial. Recuerdos vivos son y esperanzados si más vivos, esta es la gracia. La gracia puede ser entretenimiento, atención si cabe y deseo: yo quiero exceder de todos y a la vez acogerme al hombre peregrino y volver bien airoso a recogerme en la meta. Sin ese Dios de quien partir y a quien tender, ¿qué? La cortedad lo reclama. El camino que andamos si no es de ilusión, ¿cómo? Mirando las alforjas nos centramos y avivamos la esperanza. Con la miseria del hombre hay que agarrar la crudeza y acercarnos bien sinceros: o nada o esperanza, esto hay. Y dejar que la ilusión inunde los cauces reales de la vida.

Ilusión cálida, como el blanco humo de vapor que se despierta con el amanecido, removido por el sol. Es necesario alimentarla como a un bebé y estirar su bonanza y acoger juntas sus brasas y conservarlas en el hogar del alma. Dice que San José tuvo un sueño y de él sacó su fortaleza, qué hubiera sido si no; ayuda mucho a vivir si la disposición de ánimo es la conveniente o si se tiñe de rosa el horizonte o si queda a la vista el futuro, cercano y halagüeño. Soñar despiertos suele decirse, que va acompañado de calor, euforia, de optimismo. Con esta buena disposición se suele encontrar a pelo camino para alcanzar metas apetecidas optando con variables que de esta forma acrecientan los posibles. La ilusión, queda dicho que es enemiga de la inapetencia o de la abulia, que tanto juego quitan a esta juventud saciada; necesitamos trabajo para ella, unas dosis bien administradas de libertad, de respeto y de tolerancia con esta edad nada fácil de altibajos con caprichos. ¿Con esto bastará? Siempre faltará algo, algo que da vida y es propio de jóvenes, optimismo. O sea, como decimos, ilusión.

La ilusión de vivir es primaria, anterior a todo, fundamento. Lo material es importante, pero es antes lo trascendente y nada puede anteponerlo. No hay que hacerse ilusiones que pueden fallar; eso sí, vivir en la luz, que es buen ánimo, confianza, fe en los principios. El que no posea optimismo lo debe buscar y con él envolver la vida y esperar así el final, en eso consiste. Estás si no desabrigado y expuesto a que la vida te dañe a su paso aun no queriendo; porque no es ni buena ni mala, sino que debes librarte tú de ella, pasa como del fuego, y aun parece que tiene en esto su principal atractivo, que no admite con resignación ser amaestrada. Nuestra religión no podía ser por menos así, predicadora de la inmortalidad, de una vida eterna plena de bellas promesas donde se rebocen las aristas de los bordes y rugosidades como premio a la conducta en este valle de pruebas y trabajos. Y qué, ¿son mejores valles sin promesa? 

Y dejas, Pastor Santo, tu grey en este valle hondo, obscuro, con soledad y llanto. Es Fray Luis de León, mi paisano, el que así canta en la Ascensión de 1572 poco después de su arresto, que no estaba el patio para andar bromeando; así de serio andaba todo, pero con esperanza cierta. Y hay una parte de este mundo que se ha quedado en atraso, pero nunca sin luz; y así la madre, siempre portadora de la vida y nunca ajena, es ejemplo constante de arrumbamiento. Cada maternidad es una reafirmación que sitúa y orienta la vivencia; no fiaría yo nunca mi futuro al que abandona la constante de hijo porque busca certeza cuando sólo se sirve probabilidad. Es el envés de la hoja que lleva al tallo siguiendo las nerviaciones, así se conduce la hormiga. Y no es probable el fracaso o la angustia o el abandono trágico. Y posible el error si empeñamos lo dramático, hay un paso corto. Y otro para sentar el razonamiento y la cordura; mejor lo sensato por sencillo, lo que es del vivir y no lo recompuesto ni añadido. Todo lo que tiene juego y artificio no aparece tranquilamente apto y sí lo es lo espontáneo, como el pájaro que ofrece con su pico a la nidada. Tras lo natural no aparece doblez y se puede aceptar acordado con las partes; y se vuelve a repasar si fuere necesario teniendo en revisión el propio interés y el del prójimo. Y mirando que la conducta sea espléndida y gozosa con los cercanos: es propio de una reflexión más que de discurso y el hombre todavía no ha alcanzado estas cotas. Pero conviene ir acostumbrando el ánimo y acercarse lo más que se pueda. Y esperar.

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