Los lectores

El lenguaje, el gran olvidado, se vengará si seguimos marginándolo.

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Como te salgas de lo que se estila te quedas sin gente; nunca el lector se ha mostrado tan intransigente. Si te asalta la tentación de seguir tu tendencia y escribir lo que te parece más oportuno, puede que no encuentres ni un solo lector y ¿de qué te ha servido molestarte? Nunca ha habido hombre más engallado ni más autosuficiente que el que sale de esta sociedad compleja; alardea de intrascendencia y anula sin miramientos. Sobre todo no impongas, no marques, no aparentes, ni sugieras; disfraza tu intención al socaire de lo que se lleva y te irá mejor. Conozco a un joven nada formalista que tiene su aquel entre los lectores con una prosa retorcida y nervuda cual brazo de marinero; como le añade algún término inglés y algún que otro vocablo de abajo, lo tiene completo.
Hay que mendigar al lector en una época en que no se lee porque no se escribe y no se escribe porque los medios de comunicación brindan gratis la palabra hablada que es mucho más barata. Y también más huera. El uso ordinario en sus diversas formas cae generalmente bien. Y la copia casi fiel de la conversación coloquial tirando a vulgar. Esta es la clave, el mal gusto por la forma o por el tema, da lo mismo. La radio se salva a ratos, pero tampoco apunta hacia arriba muy decidida.
¿Deberíamos plantearnos si compensa escribir sometidos a una disciplina semanal y ante un futuro tan poco halagüeño para las plumas como para los lectores? Salvo excepción de los menos, no está de moda leer, como no lo está cualquier esfuerzo físico. Se hará lo que las máquinas alcancen a hacer y no más y se leerá aquello que se lea sin esfuerzo, y ya está.
Los libros quedarán para una minoría de especialistas o humanistas o amantes de lo artesano; hay quien dice que llegó donde iba nuestra cultura escrita. De hecho se está convirtiendo en un milagro encontrar una buena expresión con lenguaje correcto y no digamos con estilo literario. Se ofrecen videos y cintas que reducen esfuerzo y a donde ellos no lleguen se queda sin llegar, y santas pascuas. Adiós el arte literario, el juego sutil de las palabras, los matices del sentimiento descritos con más o menos fortuna por una pluma consagrada. Ya no se van a escribir las Iliadas modernas alineando con arte las palabras sino metidas en una sucesión de microondas de la imagen y de un audio, que es un prodigio de la técnica pero dificulta el propio sentimiento. Leer es algo más, es interpretar.
La autoconciencia nos diferencia principalmente, dicen, de los reinos inferiores; cómo reflejarla, me pregunto, a través de la cámara. O la ironía, el doble sentido o el simbolismo. No se puede apoyar la semiología en un aparato como no se puede sembrar la semilla en el asfalto de la moderna autopista. El hombre mayoritario, que respeta la ciencia en su versión técnica, igualmente se crece contra el arte, que intenta ganar la batalla, con la versión fácil de una realidad imaginativa. Lo desprecia porque no lo entiende, igual que hago yo con algunas filosofías. Majora videbis, decía el clásico, y es verdad que veremos cosas mayores si Dios no lo remedia. Así, se plantea: ¿adaptar temas y expresiones al hombre vulgar, que lea sin esfuerzo si le apetece, o perderlo en su miseria y dejarlo tirado sin escrúpulos? Esta es la cuestión. Quizás el camino sea intermedio como suele ocurrir; educar en un pensamiento más profundo y salirse por fin del cauce de una escuela anquilosada. El lenguaje, el gran olvidado, se vengará si seguimos marginándolo. Lo principal de la cultura está escrito. Y la lectura resume la capacidad del hombre y lo determina.

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