Veinticuatro horas después de los graves incidentes en la Madrugada y que se saldaron con un centenar de personas heridas, una de ellas de gravedad, y un evidente daño a las cofradías y a la imagen de Sevilla (véanse las referencias en Google), los máximos responsables del dispositivo de seguridad de Semana Santa se reunieron y valoraron “la coordinación de los distintos servicios y la rápida y eficaz respuesta policial y sanitaria y el trabajo coordinado previo para planificar la seguridad en las calles”.
A la luz de los acontecimientos no podemos compartir esta valoración exclusivamente positiva y sin ningún atisbo de autocrítica. Cuando se presentó el Plan de Seguridad de la Semana Santa se dijo la obviedad de que tenía por objetivo garantizar que el “disfrute” de los desfiles procesionales estuviera siempre sometido “a las más altas cotas de prevención y seguridad”.
A los resultados hay que remitirse: la prevención no ha podido evitar el centenar de heridos y el resto de consecuencias; la reacción policial sí ha permitido detener a los ocho alborotadores, y testimonios periodísticos no destacan precisamente el dispositivo sanitario existente al producirse las avalanchas. Las autoridades no deben hablar como si no hubiera ocurrido nada. Y como ha ocurrido algo grave, la conclusión es que hay que revisar y mejorar el Plan de Seguridad, cuyo talón de Aquiles ha vuelto a ser la Madrugada.
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