De vuelta a Ítaca

Oligargía y nepotismo. Tragedia del pueblo andaluz

Las redes clientelares han estado siempre muy presentes en una Andalucía en la que los caciques locales establecieron un sistema de fidelidad casi feudal

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Hace unos años mi esposa llegó a casa muy indignada con algo que le había ocurrido en la universidad. Por aquel entonces, ella estaba cursando un máster en gestión cultural que ofertaba la Hispalense, dedicado a formar en ese mundo tan poco reglamentado a futuros profesionales del sector. Una vez me explicó lo que había pasado, entendí que el motivo de su enfado estaba justificado desde luego, pues en clase, una profesora invitada se atrevió a decir a los alumnos que para dedicarse al mundo de la cultura en Andalucía, "lo único importante era tener padrinos y conocidos en la administración". Así, con dos ovarios.

Es verdad que nadie que conozca un poco cómo funciona Andalucía sería capaz de poner en duda la veracidad de aquella afirmación, pero tampoco creo que deba normalizarse el nepotismo y la corrupción con tanta facilidad desde un espacio público. Aunque sí. Tenemos que ser conscientes de que la triste realidad es esa. Y es que aquí todo funciona a través del amiguismo, al punto de que hasta en la empresa privada resulta complicado encontrar un trabajo sin padrinos.

Las redes clientelares han estado siempre muy presentes en una Andalucía en la que los caciques locales establecieron un sistema de fidelidad casi feudal hasta bien avanzado el siglo XX.  El historiador económico Carlos Arenas ilustró esta  situación en una carta de los años veinte que encontró en sus investigaciones, en la que el director de la fábrica de tabacos de Sevilla constataba a sus superiores   que cualquier protesta del personal se solucionaba con una recomendación. ¡Y eso pasaba en una ciudad cuya actividad sindical pasó a la Historia por su virulencia!

Hoy Andalucía sigue sumida en esa triste verdad que nadie parece interesado  en reconocer. El carnet del partido ha sustituido en muchos casos al viejo caciquismo, dándole un aire de cambio a una realidad que sigue siendo muy parecida a la de los siglos pasados. Alcaldes que controlan quién trabajará y quién no lo hará en pueblos con más del 50% de desempleo, funcionarios que crean empleos públicos  a dedo para su gente, plazas universitarias que se van heredando de padres a hijos como si aquí no pasara nada... y mientras el pueblo que sufre, calla impasible ante estos atropellos que mantienen a nuestra región a la cola de Europa. No me quejo aunque lo parezca, pues ese silencio cómplice nos hace a todos merecedores de nuestra situación; una penosa situación en la que nos mantendremos hasta que algún día se nos ocurra despertar.

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