De incógnito

Expulsiones

Resulta que es noticia la expulsión del Congreso de dos diputados por hablar catalán y no callarse, y por la de un grupo de afectado por las preferentes que cantaban las verdades a sus señorías, pero no es lo mismo una cosa que la otra

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L a primera vez, que yo recuerde, que me expulsaron de un sitio fue por protestar por la injusticia de un examen sorpresa... Tenía unos once años y antes de que pudiera entregar la carta a mis padres, ya se habían enterado. Me di cuenta entonces de que se podía protestar pero había que saber hacerlo, que puedes dar tu opinión, incluso muy cabreada, pero sin perder las formas. Y hoy resulta que es noticia la expulsión del Congreso de dos diputados por hablar catalán y no callarse, y por la de un grupo de afectado por las preferentes que cantaban las verdades a sus señorías. Pero vayamos por partes, porque no es lo mismo una cosa que la otra, aunque cierto es que las formas, siempre, hay que guardarlas, por respeto al contrario y por respeto a uno mismo.

Voy primero con esos señores que dicen que son representantes de la soberanía popular. He estado en cientos de plenos, me he visto comparecencias parlamentarias para echar una siesta de siete horas, me he tragado intervenciones políticas de la más diversa índole, ideología y temática, y eso de las formas a los políticos, salvo honrosas excepciones, sinceramente no les va. O cuando recogen su acta se les olvida. Se gritan, se interrumpen, se insultan (o a la gente), se ausentan, reinventan el reglamento, bostezan, se ríen, charlotean, chatean ordinarieces y les importa un pimiento lo que dice el otro. Esa es la norma general. Que dos diputados  -a los que les pagamos todos- se salten el reglamento en forma de protesta sólo es un ejemplo de su saber estar y de su saber hacerse oír. Deprimente.

Y llega el pueblo a la teórica casa de la palabra, ese al que han dejado en la estacada banqueros y políticos, a los que el sistema les ha dejado con una mano detrás de la otra, a esos que han visto desvanecerse sus ahorros mientras se rescata a los bancos, a esos a los que todos los políticos “escuchan” pero que no reciben solución. Y hacen lo mismo, pero sin acta de diputado: saltarse a la torera el reglamento, porque antes de entrar saben que no pueden gritar, aplaudir y un largo etcétera.

Pero hay una gran diferencia. Los dos primeros protestaban simbólicamente, los últimos gritaban porque es lo único que les han dejado hacer, insultar de impotencia. En ambos casos tienen la culpa los políticos: en el primero, por crear el problema; y en el segundo, por no evitarlo. Todos tienen derecho a protestar, pero a unos se les baja del atril y a otros se les expulsa. La próxima vez habrá que insultar en catalán.

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