Goyesca: magia y literatura

La Goyesca se encuentra ya entre ese puñadito selecto de festejos que destacan sobre los tantos miles como se hilvanan en Iberia en torno al toro. La corrida goyesca rondeña es ya todo un clásico: magia auténtica de copia imposible. Un espejo, si me apuran. De ahí la obligación que tienen los organi

Publicidad AiPublicidad Ai

La Goyesca se encuentra ya entre ese puñadito selecto de festejos que destacan sobre los tantos miles como se hilvanan en Iberia en torno al toro. La corrida goyesca rondeña es ya todo un clásico: magia auténtica de copia imposible. Un espejo, si me apuran. De ahí la obligación que tienen los organizadores de medir los tiempos y cuidar los detalles con la misma pasión que pone un maestro relojero suizo al calibrar los engranajes de un reloj que marcará las pautas al resto o el mimo que destila un japonés al caligrafiar el texto de un haiku que con tres versillos de nada dibuja el Universo todo.

El acontecimiento se vive con tal intensidad que taurinos y profanos, en ocasiones mal que nos pese, acabamos participando de un espectáculo que tiene mucho de taumaturgia —Tartessos y boyadas rojas de Gerión, Hércules, Mediterráneo— y que ha terminado convirtiéndose en una de nuestras señas de identidad, como el Puente Nuevo, las Puertas de Almocábar o los paisajes que se abren desde la Alameda a las sierras de Grazalema con esa luz sonora que empuja a la lectura del Lorca más torero y que tal vez sea lo que venga buscando don Mario Vargas Llosa al honrarnos con su visita.

Ya escribí hace años que la de Ronda es feria pagana como pocas: fiesta en la que se prescinde de santos en parihuelas y, por el contrario, se elevan los ojos hacia aquel Pedro Romero que estoqueó más de seis mil toros sin sufrir cornada alguna, o eso dicen. Tierra más que de toros, de toreros. Toreros con arrestos bastantes para encarar el trapío de aquel miura bautizado Pajarraco que abrió la Goyesca del 54 en la que se midieron Cayetano, Antonio Bienvenida y César Girón o para jugársela frente a los Zalduendo con los que van a bregar Morante, El Juli y Perera este año.

Fue Antonio Ordóñez con la institución de la Goyesca y sus amistades a lo Orson Welles, Hemingway y por ahí, el que hizo de la Plaza de Toros de Ronda santuario obligado para cuantos en el mundo del toro pintan algo. Nadie niega que la Goyesca nació con un mucho de crónica social y que aún lo mantiene. Sin embargo la verdad del toreo sobrevivió al personal zombi que alimenta el chismorreo patrio y, hoy por hoy, sigue siendo un referente para comprender el toreo canónico o palpar sus médulas.

Los toreros que aparecen en cartel saben que los tendidos de sol rondeños no son el 7 de Madrid: son mucho más severos: miran con los ojos de Belmonte y los Gallo, de Bienvenida y los Ordóñez todos, de Paquirri, de Paula —qué injustos fuimos con el maestro jerezano—, de Dominguín y los Romero, de Lorca, Alberti y Bergamín. Y se la juegan. Porque aquí la Historia pesa tanto, que el torero mueve la muleta al compás de los versos de nuestro Pedro Pérez Clotet, recuerda, tan querido de Hernández.

O sea que el nieto de Ordóñez recupera un cartel digno de aquellas goyescas memorables en las que Dominguín observaba con hambre los triunfos de su abuelo, que en Ronda —su Ronda— toreaba con todos menos con él. Es lo que se espera de la plaza que vio nacer el toreo a pie: un cartel en el que la sangre navarra de los Zalduendo asoma por encima de otros cruces más blandos; toros y toreros que regresan el nombre de Ronda al lugar de donde en ocasiones nos habíamos distanciado.

Lo digo todos los años, pero a riesgo de hacerme jartible reitero una vez más que el empresario que gestiona el patrimonio común de la plaza rondeña debería recordar —y alguien debería decírselo— que la Goyesca es algo más que una corrida: la Goyesca es también uno de los puntales de la economía de una de las ciudades más bellas de Andalucía… y también con más paro. De modo que siga por la senda que parece haber recuperado. Experimentos, los justos. Y ojalá que la visita de Vargas Llosa se repita como se repetían las de Hemingway, solo sea porque viene al encuentro con el mito, a la querencia de Tartessos… Con un poco de suerte en septiembre de 2015, además de Goyesca, tenemos teatro en Acinipo. Ya veo a don Mario dando vida, por fin, a Odiseo.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN