Se nos fue un amigo

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El domingo pasado falleció José Luis Villagrán Escobar, un jienense de pro, aunque no hubiera nacido en el Santo Reino. Mis relaciones con José Luis han sido estrechas y prolongadas. Lo conocí a mi llegada a esta capital, allá por el año 57 de la pasada centuria, cuando me trasladé a Jaén al obtener una plaza de Medicina Interna en la Beneficencia Provincial. El Hospital San Juan de Dios fue nuestro punto de encuentro en 1957, con José Luis ya encargado de la administración de este Centro. Perito Mercantil a los 21 años y funcionario de la Diputación desde 1947, en 1973 fue nombrado Jefe de Negociado y a la vez Gerente de la Fundación Pública “Miguel Servet” que incluía ya el Hospital Médico-Quirúrgico “Princesa de España”. Ello fue coincidente con mi etapa de Director Médico. Los primeros años de nuestro trabajo en común no resultaron fáciles: relaciones con la Seguridad Social, creación de un nuevo y excelente hospital, lucha antiinfecciosa, etc. Viajamos mucho para conocer instalaciones foráneas modélicas y personalidades especializadas. En todo este panorama, la figura de José Luis se hizo esencial. Cada mañana desayunábamos juntos y discutíamos los problemas pendientes. Su claridad de ideas, sentido de la lógica, personalidad y carácter fueron vitales para el buen gobierno del Centro. El comportamiento del personal sanitario y administrativo fue ejemplar las más de las veces, y la docencia se convirtió en tarea obligada.


José Luis Villagrán era, ante todo, un hombre bueno, cabal. Su carácter afable, respetuoso y apacible, le facilitaba las relaciones con todo el mundo. Su religiosidad era tan notable como beneficiosa para su entorno. No perdía los nervios y por consecuencia el control. Soportó con estoicismo las dificultades de la vida, y fue al quirófano plácido y hasta sonriente, como si el riesgo de morir no le importara y pensando con tranquilidad en el más allá. No conozco que tuviera enemigos declarados. Nunca se envanecía. Su prestigio era total.


Para mí José Luis representó una ayuda invalorable, en lo material tanto como en lo espiritual. Porque nuestra amistad, después de la jubilación ha sido incluso más firme y fructífera. Sería ingrato que omitiera en este testimonio el papel que en los últimos decenios ha jugado la tertulia de amigos reunidos los sábados en un desayuno “de trabajo” en el que se hablaba de todo, de lo divino y lo humano, y en la que estábamos incluidos ambos. Aún a riesgo de olvidos, debo dejar constancia del resto de sus integrantes: José Antonio Rosell (ORL), Ramón Sánchez Palencia (Oftalmólogo), Gabriel Arroyo (Radiólogo), Guillermo Castillo (Anestesista), Rafael Maza (Pediatra), Manuel Quesada (ORL), Manuel Larrotcha (Dermatólogo) y Miguel Funes (Sacerdote). Don Miguel, el último incorporado, vino a poner el broche de oro al grupo, convirtiéndose en mentor y maestro indiscutible, pese a su natural modestia y deseos de aprender.


La muerte de José Luis ha causado un profundo dolor en todos, pese a que por su edad y grave enfermedad era esperada. Para mí ha significado la pérdida de un hermano al que quería y respetaba. Por mi condición de médico y a la vez enfermo, mi sufrimiento ha sido mayor. Conozco bien a su esposa   Esperanza, su entereza y religiosidad, y no dudo que conseguirá superar esta  durísima prueba. Una palabra final de agradecimiento al Dr. Dionisio Carrillo,  por generosa entrega al enfermo, modélica hasta el límite.


Viene ahora a mi frágil memoria la frase pronunciada por San Juan de la Cruz camino de Úbeda cuando preveía su muerte: “En el atardecer de la vida, te examinarán del amor”. Si es así (y yo no lo dudo) estoy seguro de que José Luis Villagrán tiene garantizado un puesto preeminente en el más allá.


Descanse en paz.

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