La sombra del riesgo

Los ajustes estructurales persiguen la estabilización macroeconómica mediante unas políticas dirigidas a aumentar la credibilidad en los mercados.

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Las consecuencias de las turbulencias financieras exigen a los estados una mayor legitimación de las decisiones políticas (consensos), para evitar la cadena de pánico en los mercados de capitales ante un hecho de gran resonancia política como la situación de Grecia. Con la modificación en los años 70 de las reglas establecidas en Bretton Woods en el FMI, el ajuste de la liquidez internacional quedó en manos del juicio de los mercados y la gran influencia de los países industrializados. En un mapa financiero de inestabilidad, la autoridad de los grandes bancos centrales juega un papel primordial frente a los agentes financieros. El FMI impone a sus miembros doctrinas de ajustes para asegurar los pagos internacionales; no debería ser  su función principal, pero sí la de ayudar a la financiación de las deudas de los países en crisis.

Tsipras fue elegido por el pueblo heleno para que lo salvara de las duras circunstancias económicas, el determinismo del voto no tiene ningún sentido sin una visión política global rigurosa; en una situación de emergencia, tratar de cambiar el modo de enfocar la historia política, aún con razón, es una osadía. Cuándo dice el club de acreedores: “¡aquí están los dioses!”, la política se manifiesta diminuta de sentido. En la memoria de la historia quedarán las vicisitudes del sufrimiento de un pueblo. La geografía política necesita consolidar la solidaridad, la aparición de nuevos modelos políticos que unifiquen los sentimientos colectivos de los pueblos, fuera del negocio mercadotécnico. Los valores políticos universales están por escribirse.

Los ajustes estructurales persiguen la estabilización macroeconómica mediante unas políticas dirigidas a aumentar la credibilidad en los mercados. Pretenden  hacer compatible la demanda interna y el incremento de las exportaciones, con la balanza corriente. España está supeditada a una fuerte financiación exterior, con el correspondiente desequilibrio presupuestario. En nuestra economía se hace necesario: una racionalización de las exportaciones, no podemos mejorar las mismas siendo competitivos en precios a base de bajos salarios; mejora a largo plazo de la productividad y competitividad con tecnología avanzada para que reactive el consumo interno y nos sitúe en la senda del crecimiento (el 4% sostenido disminuye el desempleo); una mejora de la fiscalidad que permita  la asignación de  recursos a toda la población para la disminución de las desigualdades sociales; eficiencia en el gasto público; primacía de los gastos sociales y de inversión sobre los gastos de funcionamientos; mejora del procedimiento de recaudación; desaparición de los gastos improductivos de la administración; etcétera. La decisión de apoyarse en una política equivocada de demanda con la restricción del gasto social y el incremento de los impuestos es un error que pasa factura en las urnas.

Los efectos de las crisis sobre las macroeconomías resultan desastrosos, los mismos exigen actitudes políticas prudenciales. (La asfixia devastadora del 2011 es un claro ejemplo de ello). Los países son incapaces de reaccionar individualmente ante los caprichos de los mercados, hoy una moneda nacional aislada está fuera del alcance de los mercados de capitales. El efecto contagio por inquietud en los grandes inversores internacionales pueden producir violentas huidas de flujos de capitales. España – que no está fuera de la sombra del riesgo - ha cumplido sus compromisos de pagos superando el problema de liquidez, pero pesa como una losa la crisis disimulada de solvencia con el incremento desmesurado de la deuda soberana, a pesar de la socialización del coste de la misma.

 

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