Eutopía

El Cementerio del Mediterráneo

¿Quién no se ha preguntado cómo se sentiría si tuviera que abandonar su tierra, su familia, sus amistades o sus costumbres?

Publicado: 22/10/2019 ·
12:04
· Actualizado: 22/10/2019 · 12:04
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Autor

Belén Ríos Vizcaíno

Belén Ríos es trabajadora Social. Profesora de la Universidad de Huelva.

Eutopía

Activista Feminista. Compañera partícipe de la Defensa de los Derechos Humanos y Movimientos LGTBIQ

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¿Quién no se ha preguntado cómo se sentiría si tuviera que abandonar su tierra, su familia, sus amistades o sus costumbres? Si aún no lo hemos hecho, ¿por qué estamos tan indiferentes a la realidad que nos rodea? ¿Por qué no nos proponemos tachar, enérgicamente, la palabra “extranjería” de nuestro diccionario o considerar como tabúes todos los prejuicios que le atribuimos injustamente? ¿Habríamos permitido que insultaran, menospreciaran o vulneraran la integridad de nuestros seres queridos cuando tuvieron que alejarse de esa época gris española para buscar mejores condiciones socioeconómicas en otros países? El Mediterráneo se ha convertido en otro ‘Triángulo de las Bermudas’ pero sin misterios, ni incógnitas, ni secretos… es una noticia contada, diariamente, a voces. Las “parcas” actuales son las mismas que las de antaño, aunque con matices añadidos, más perniciosos, si cabe. La pobreza, las hambrunas, los “ataques preventivos”, la persecución política y/o religiosa, y especialmente, la explotación reiterada de las potencias ¿desarrolladas? a los países “crucificados” por el vil capitalismo salvaje han condenado en estas últimas décadas a millones de mujeres y hombres a optar por el fenómeno migratorio. Su arma letal tiene forma de cayuco o balsas de juguete. Sus intermediarios son las mafias que trafican sin escrúpulos con los seres humanos. Su encubridora, una sociedad occidental que aún está por despertar del letargo de la homogeneización ideológica, del consumismo exacerbado y de las ensoñaciones que le absortan para eliminar cualquier atisbo de rebeldía, reflexión y activismo. ¿Persona extranjera? Quien esté leyendo esta reflexión lo es y lo será para otras. Yo misma, que escribo, lo soy. Todas y todos… que formamos parte de este entramado espacial y temporal lo somos. Aquí o allí podemos ser pasto de las capas enlutadas y pegajosas de los prejuicios, podemos ser otro número más en la lista insaciable de quienes no tienen lugar, ni derechos, ni libertad, ni deseos cumplidos… “Tengo estos huesos hechos a las penas y a las cavilaciones estas sienes. Como el mar de la playa a las arenas, voy en este naufragio de vaivenes, por una noche oscura de sartenes redondas, pobres, tristes y morenas”, escribió el poeta Miguel Hernández… Él también supo de huidas, de cárceles, de persecuciones ideológicas, de hambre, de soledad, de injusticia… Y la historia se repite una y otra vez, da igual que crucemos las fronteras de siglos o décadas, las diferencias abismales en todos los ámbitos nos continúan afectando. Reitero que la diversidad es fuente de riqueza… y sólo hace falta detenerse en medio de la calle, observar las aulas educativas o tomar un café… y ahí estamos, diferentes, irrepetibles, pero seres humanos con las mismas aspiraciones, ilusiones, necesidades, con miedos comunes, con experiencias parecidas. No asumir y apreciar el fenómeno migratorio es perder una gran oportunidad de aprendizaje y convivencia bidireccional.  Los comportamientos xenófobos y etnocentristas que están empapados de descalificaciones y estereotipos tienen como objetivo hacer sucumbir el reconocimiento de la “otra persona, etnia, colectivo o comunidad” … Un grave error. Es imprescindible explicar y hacer comprender desde las edades más tempranas la trascendencia del respeto y la valoración positiva de las diferencias.

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