En los últimos años, la investigación genealógica ha sido el objetivo de muchos historiadores, debido al gran interés de la sociedad por conocer sus orígenes familiares. El estudio de las fuentes documentales que nos ofrecen los archivos parroquiales, el registro civil y los protocolos notariales centenarios, ha sido clave para conocer la procedencia de antepasados, apellidos, profesiones… y en otros casos, llegar hasta noticias inesperadas, por tener un sesgo de la línea ascendente en casos de ser descendiente de alguien expósito.
En el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, se nos dice que la palabra “expósito” procede del término latino “exposĭtus”, es decir, 'expuesto‘, que quiere referirse a `puesto afuera´. Además, al referirse al adjetivo que deriva de dicha acepción, dice que sería: dicho de un recién nacido, abandonado, o expuesto, o confiado a un establecimiento benéfico. Pues bien, este tipo de niños y niñas, tuvieron en Vejer, un lugar donde ser recogidos desde tiempos remotos, al igual que en la mayoría de los pueblos de la geografía española.
En la mayoría de las veces, el motivo del abandono era el ser de origen ilegítimo o “hijos naturales”, es decir, habidos fuera del matrimonio, pero existían otros motivos aparentes para llegar a exponer a estas criaturas en manos de la beneficencia. Gracias al análisis del libro de asientos de la Hijuela de Expósitos de Chiclana, a la que pertenecía la Casa Cuna de Vejer, podemos saber que las más comunes eran: la enfermedad o discapacidad, como el caso de Juana María Domitila en 1849, «con los dos dedos primeros de los pies pegados hasta las uñas»; la pobreza, debido a malas cosechas, invalidez…, como María Candelaria, hija del servicio de Catalina de Balbuena y Carpio; fruto de relaciones ilícitas o adulterio, como pasaba con los hijos naturales que declara tener María Rincón de Hinojosa; la imposibilidad de crianza por ser familia numerosa y la poca estima de los hijos, teniendo como ejemplo a Juan Moreno, que no recuerda el nombre de uno de sus hijos; o la muerte de la madre en el parto, como los hijos gemelos de Isabel Castillo, fallecida de hemorragia en 1865.
Organización:
La Beneficencia municipal y eclesiástica, tenía previsto el auxilio de este colectivo desde tiempos remotos, apareciendo inclusas o casas-cuna bien formadas desde inicios de la Edad Moderna. Así mismo, en Vejer existieron fundaciones benéficas que destinaban recursos económicos al auspicio de estos recién nacidos. Es el caso del Patronato de Juan de Amaya “El Viejo”, que en 1580 asienta la donación de 37 ducados y 500 maravedís anuales, para casar a 3 huérfanas honestas; y el Patronato del alcaide García de León, que destinaba desde finales del siglo XVI, 48 fanegas de trigo anuales para pobres y huérfanos. Por otro lado, existen ejemplos de donaciones particulares para dicho fin, como los 100 reales que dejó en su testamento Antonio Suárez Altamirano en 1672. Será en tiempos posteriores cuando se estabilice y regule, de mejor manera, dicha asistencia gracias a una Real Cédula de Carlos IV en 1796, donde se divide en partidos cada diócesis, siendo Vejer, Tarifa y Conil, la misma entidad. Poco después, con la Constitución de 1812, se crean las Juntas Municipales de Beneficencia, aunque en 1816 vuelve a darse la autoridad de las mismas al clero. Tras varios años de rivalidad entre las autoridades eclesiásticas y municipales, que llevan a que en 1836 llegue el fin del monopolio diocesano. Será definitivamente en 1846 cuando el control pase a ser provincial, haciéndose cargo la Junta Provincial de Beneficencia, que establece en 1848 la «Casa Matriz de Expósitos de Cádiz», que abarcaba 9 hijuelas: Jerez, El Puerto, Sanlúcar, Algeciras, Medina, Arcos, Olvera, Ceuta y Chiclana. Será en ésta última donde se inserten las inclusas de Chiclana, Conil y Vejer, bajo reglamento interno de 1856. Un tiempo después, en 1868, será la Diputación Provincial de Cádiz la que se encargue de todo, suprimiendo las hijuelas en 1884.
La inclusa de Vejer:
Aunque se llame comúnmente “Casa-cuna”, lo que existió en el pueblo de Vejer se denominaba exactamente una receptoría, que sería una sala donde recibir a los niños y niñas, expuestos a través de un torno, que garantizaba el anonimato de la persona que entregaba a la criatura. En este lugar serían atendidos de primeros auxilios y se levantaba acta de cada entrega, quedando asentado el escrito en un libro de registro.
Estos locales, normalmente alquilados, iban cambiando de lugar cada cierto tiempo, posiblemente por los cambios de pagos de mensualidades. No se conoce con exactitud el enclave de todas las receptorías existentes en Vejer, pero sabemos que anteriormente al año 1822, estaba situada en una habitación del antiguo Hospital de San Juan de Letrán, donde actualmente están los edificios municipales dedicados a oficinas y salón de plenos (antiguos comedores); en el Convento de Nuestra Señora de la Merced, entre 1822 y 1838, por el que se pagaban 45 reales al mes; luego pasa a estar en la calle Rosario, exactamente en el número 4, entre 1871 y 1873, en una casa alquilada a Ramón Rodríguez; y posteriormente en el número 6 de la calle del Cerro (actual callejón Leonor Sánchez), alquilada a las hermanas Cano Pérez, lugar que es conocido popularmente como “Patio de la cuna”.
Subdirectores:
El encargado de esta receptoría, era nombrado con el cargo de subdirector, un cargo no remunerado, dependiente del director de Chiclana. Éste era el administrador de pagos, responsable del libro diario y el contacto directo con la iglesia. Se han podido constatar a los siguientes: José Ramos (1831), Alonso Barceló (1832), Juan Caballero (Enero-1833), José María Padilla, Pbro. (Febrero- 1833), José Gallardo, Pbro. (Abril- 1833), José Escudero, Pbro. (Mayo- 1833), Manuel Daza, Pbro. (Julio 1833 a 1836), Luis Francisco Tosso, maestro ( hasta 1871), Jacinto Rodríguez (1871–1881) y Pedro del Río ( 1881 - …).
Receptoras:
En el capítulo 12 del reglamento interno de la Hijuela de Expósitos de Chiclana, se instituye la figura de la receptora, refiriéndose a la señora que habita en el establecimiento, se encarga del aseo del local, era la encargada de tener a punto diversas prendas de ropa para los niños y niñas que llegaban y era la encargada de atender el torno. Este cargo era remunerado con un salario de 45 reales al mes. Gracias a los documentos conservados, sabemos que ocuparon dicho cargo: Isabel de Soto (1823 – 1828), Juana Moreno (1844), María de la Luz Reyes (1844 – 1848), Juana Villagómez (1848 – 1867), Protasia Villagómez (1867), Josefa Vega (1867 – 1870), Francisca Sánchez (1870 – 1871), Josefa Vega (1871 – 1874) y Antonia Rodríguez (1874 – 1882)s.
Facultativos:
Para el reconocimiento una vez al mes, a nodrizas y bebes, reunidos en el establecimiento, la puesta de vacunas, hacer pequeñas operaciones, extender recetas a la botica concertada y asistencia médica general, se encargaba, según los capítulos 11 y 13 del reglamento, médicos o farmacéuticos que recibían el nombre de facultativos. Fueron en Vejer: los médicos, José Cayetano Granados (1835), José Jiménez Mena (1853 / 1891), Vicente Huertas Castro (1855), José Manuel Pantoja (1864) y Eugenio Pradier y Lima (1864); y los farmacéuticos, José Mª Ortega (1829), José Mª Ferradas (1835) y José García Frías (1868).
Pasos a seguir:
Una vez estudiados numerosos casos de niños y niñas entregados a la beneficencia, gracias a la documentación conservada en el archivo de la Diputación Provincial de Cádiz, se aprecia el proceso a seguir desde que son entregados los bebés.
La entrega de los mismos, se efectuaba la mayoría de las veces en el torno de la receptoría de la inclusa, pero aparecen casos en que las criaturas fueron encontradas en lugares como: Arco de Naveda, zaguán de Juan de Lara, puerta de Gallardo, casa- puerta de Dionisio Gomar, casa de José María Naveda, junto al río Salado o la cuadra de Francisco Tinoco, con el fin de que algún vecino o vecina lo hallase y entregase. Tras ello, lo estipulado en el capítulo 7 del reglamento. Primero el aviso al subdirector, que realizaba junto a la receptora un examen del que dejarían constancia en el libro diario, en el que debían reflejar si venía desnudo, como tenía el cordón umbilical, si existían heridas o contusiones, señales o marcas, y la existencia de ropas, alhajas o notas escritas. De dicho estudio se establecía si estaba en buen estado, lastimado o prematuro, o en el peor de los casos, si la muerte había sido natural o violenta.
Aparecen casos que definen que llegaba “metido en un cesto de palma, acabado de nacer”, “robusto y al parecer en buen estado” o que “demostraba no ser de su tiempo”. Se especifica que “ropa con las iniciales bordadas J.B.”, “arañazo doble realizado con unas tijeras cerradas con puntas agudas”, “con faja de ombligo y fala de cuerpo” o “envuelta en una bata de coco de pintitas”. Tras ello los primeros auxilios y vestimenta, y si era una hora hábil, proceder al bautismo, añadiendo en la mayoría de los casos el nombre del santo del día. Los padrinos solían ser conocidos de la receptora, pudiendo ponerse los siguientes ejemplos, extraídos de los libros de bautismo de la Parroquia del Divino Salvador: Joaquín Gallardo, Alejandro Castriciones, Ramón Ibarra (alcalde), Nicolás Grosso (notario), Narciso de Gomar, Francisco Ferradas, Agustina Tosso o Francisco Chica. Incluso hay madrinas que ejercieron como tales de manera frecuente, como Isabel de Soto (487 ahijados), María de la Luz Reyes (378 ahijados) o Juana Rodríguez (211 ahijados).
Tras ello, a partir de 1870, se dejaba constancia en el Registro Civil. Hasta entonces el apellido que se les otorgaba era el de “expósito”, pero ante el estigma social que suponía, se estableció entonces que se diera un apellido aleatorio común, especificando que es hijo o hija de “padres desconocidos”. En las actas de nacimiento de entonces, encontramos a: Antonio Galván Verdejo (1871), María Tamayo Rodríguez (1872), Eulogio López Dorca (1873), Rosa Grosso Reyes (1874), Bonifacio García Relinque (1877) o José Chamorro Salvatierra (1878).
El paso siguiente, asignarle un ama de cría para amamantarlo. Existían numerosas mujeres del pueblo trabajando como tal, ya que era una función remunerada. Como ejemplo, se sabe que en el año 1879: la interna o entrañera, cobraba 25 ptas./mes; las amas de lactancia, 12,5 ptas./mes; y las amas de destete, 7,5 ptas. /mes. Existían 11 en Chiclana, 11 en Conil y 21 en Vejer.
Destino:
Creciendo las criaturas, algunas eran reclamadas y reconocidas por su familia, pero la mayoría tenían otro futuro. Pasaban muchas de ellas a la institución de Chiclana, otras eran adoptadas o prohijadas, o eran enviados al hospicio de la capital gaditana, al cumplir 7 años. También queda reflejado en el libro diario, en muchos casos, el peor de los destinos, los casos de muerte, derivados de causas como: dentición, calenturas, viruela, tabardillo…
Como conclusión, podemos decir que Vejer era el pueblo de la hijuela con más casos de niños y niñas abandonados, localizándose 1985 casos entre 1810 y 1894 (23 casos/año). Este dato quedó reflejado en la visita pastoral que el obispo Catalá y Albosa realizó en 1881, diciendo «existe en el pueblo una gran inmoralidad, hasta el punto de que el 20% de los niños nacidos son naturales». Por tanto, son muchos los vejeriegos y vejeriegas que descienden de estos casos, no pudiendo conocer su ascendencia genealógica.
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