Una feminista en la cocina

Conspiranoicos

Este hombre rezumaba pánico. No sé exactamente por qué,

Publicado: 14/02/2020 ·
10:29
· Actualizado: 15/02/2020 · 21:13
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Tenía miedo en la mirada el descubridor del coronavirus. Ha fallecido dos veces porque el sistema chino no es de Cristasol y las noticias van y vienen. Parece un culebrón venezolano pero tipo pandemia, porque ha muerto por un infarto, estando infectado por el virus. Ya saben que me gusta fabular, así que no me hagan mucho caso que no quiero que esto trascienda y palmarla por chinorradas que tengo muchas cargas familiares.                         

Tomando la temperatura.

Lo que sí se me queda -como la tristeza e impotencia que desprendía el hijo del churrero de Chiclana aposentado en los escalones de la Audiencia donde se juzgaba a los que habían matado a sus padres- es la cara de miedo del médico chino. Este hombre rezumaba pánico. No sé exactamente por qué, si por la cepa o por que no querían que se supiera y él hizo lo posible para que sí, temiéndose represalias. El dolor ajeno se me pega en las medulares, se comprime y abrupta su fétido aliento a medianoche cuando intento conciliar el sueño. Odio esto. Me gustaría ser inmune a las fotos de perros apaleados o muertos, a la desidia humana, al rencor, la fatiga, el desprecio o la muerte, pero no hay manera. Todo se me amalgama en la garganta, pero soy incapaz de vomitarlo. Este febrero es mes de galgos, ahorcados con nocturnidad y mucha premeditación, descarnadas las gargantas de los que tienen suerte de desasirse del lazo estrangulador que le puso el asesino humano que los usaba para cazar. A otros simplemente les parten el cráneo con un hacha y luego los arrojan a la basura como mueble inútil y sucio que solo mereciera el contenedor o la escombrera. A todos nos ven así, no se me distraigan. Estamos en una sociedad en la que lo perecedero manda, solo que no nos damos cuenta porque creemos que nuestro hoy va a seguir siendo nuestro mañana. Por eso nos asusta tanto el cáncer, el coronavirus o la cara temerosa del doctor Li que le vio los dientes al sistema más opaco.  A mí me da miedo todo, principalmente porque leo y se me queda hincado en la raspa con alfileres negros. Hay una imagen visual de  la llegada a Málaga de las tropas que se me quedó grabada durante años, vista y narrada por dos extranjeros. Tan mortal y predecible como el galgo joven que acaba de nacer solo para satisfacer instintos tan actuales -hoy en día- como los que matan a golpes a una pareja de ancianos para robarles lo que han trabajado durante muchos años. No se crean que están a salvo porque tienen ahorros o gente que los quiere, la maldad está ahí fuera tan libre e inhóspita como los dientes de los que la portan. No tienen más que abrir los ojos o meterse en los entresijos de una protectora de animales para ver todo el odio, la inquina y la estulticia que muchos portan como un sello maldito que solo pudiera producir dolor y muerte. Se creen ustedes a salvo porque somos la especie dominante del planeta; Porque trabajamos, cobramos y cotizamos, pero llegaremos a viejos y seremos tan vulnerables como ellos, tan dependientes, tan perros deseando que nos quieran, que nos respeten, que no nos cuelguen de una cuerda atada a una rama en la que nos balancearemos. A mí las cosas me arden dentro. Soy puro fuego cuando en mitad de la noche me desvelo. No soy de hacer daño porque la conciencia no me dejaría quieta, pero en cambio puedo ver a las víctimas chillando, pidiendo ayuda con una pelota metida en la boca , aullando de miedo. Pudo sentir correr por las venas del doctor Li el coronavirus sin saber cómo pudo  infectarse y aun así muriendo de un infarto. Quizás me llamarán conspiranoica y visionaria, pero me dará igual,  porque mi fin puede que esté en las salas de un geriátrico, adobada de orines y comida que más parecerá pienso de perro, con algunos tan desgraciados como yo mirándome sin llegar a verme. Mientras nacerán galgos nuevos que sacar a cazar conejos.

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