Una feminista en la cocina

Orejas y rabo

El Cordobés entiende que su hija es libre de cometer sus propios errores, aunque eso incluya el salir con el ex marido de una íntima amiga suya

Publicado: 31/01/2019 ·
08:52
· Actualizado: 06/02/2019 · 19:49
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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El Cordobés entiende que su hija es libre de cometer sus propios errores, aunque eso incluya el salir con el ex marido de una íntima amiga suya. Ya saben, las separaciones son complicadas y los divorcios aún más. El Cordobés tiene más puñaladas que cornadas de toro en el cuerpo, así que por ahí no se la van a meter los de la Prensa, porque los hijos son lo que más duele. Pero el cuarto poder insiste porque come arsénico y ambrosía (según el día) para enjuagarse bien la boca sin tener nunca halitosis. Con lo del morbo lo están petando, importándoles una piña colada a quién hagan daño.

El Cordobés

Es tremendo que las familias que sufren una tragedia bestial tengan que salir a pedir intimidad y respeto, porque nos hacen caer a todos en la miseria de trivializar situaciones inhumanas. Recuerdo perfectamente las niñas de Alcasser porque estaba embarazada, si cabe más sensible aún de lo que soy por naturaleza. Pero lo que más me viene a la cabeza -de aquellos oscuros días-es la vergonzante exposición del dolor y el morbo. Queríamos saber, queríamos llorar, queríamos participar en ese circo romano venido a nuestras manos sin forma, ni mesura alguna. No había reglas establecidas, ni control, ni el más mínimo freno a tanta obscenidad de hechos expuestos, no con rigor periodístico o ganas de informar, sino para captar adeptos a la telebasura. Porque somos codicia de visualidad. Nos han dado a probar droga  y ahora solo queremos solazarnos en ella, marranearnos de tal manera que solo seamos uno con la misma muerte -o el horror -para luego salir a contarlo. Hay veces que siento tanto asco que contengo a duras penas las arqueadas, pero aquí seguimos( día tras día) fagocitando, respirando y queriéndonos hacer más y más visibles en un mundo que nos invisibiliza por la generalidad que tenemos de vestir igual, hablar igual y hasta escribir igual. Todos queremos ser ese espermatozoide primigenio que preñó el ovulo reventón que lo esperaba agazapado en uno de los pliegues  del útero. Porque no sé si saben que las vaginas son de usar y tirar como la obra de la artista granadina que ha sido censurada  porque expone carne de vulva con restos de tráfico de menores y mujeres prostituidas en estado subliminal. Es curioso ya ven, que ofendan vulvas plastificadas y no las mujeres que se venden para subsistir porque hay puteros en cada esquina , ninguneados por las redes, por las miradas lascivas que ostentan. Es curioso que nos ofendan vulvas en plástico desdibujadas y no niños expuestos o padres cosificados a dolores extremos , porque nos gusta mirar(como el putero) cómo se desgañitan el alma a nuestras plantas. Nos gusta apreciar de primera mano que somos buenos porque lloramos, que somos sensibles porque opinamos, vagabundeando entre las piedras que nos tiran y las que nosotros tiramos. En la Bahía- como en cualquier otro sitio- se asientan almas en pena que varean la soledad del invierno entre malos hábitos y peores compañías, porque la soledad no da tregua ni cuando estás enfermo. No salen estos desgraciados en ningún informativo, porque no llenan a las cadenas de publicidad y beneficios al ser feos, estar sucios y llevar el hedor de la calle a los sillones de contar historias cotidianas. Nadie se preocupa de ellos, como tampoco de las que transitan los Estrechos ahuecando el ala, preñándose para pagar un billete y luego completándolo -en tierra patria- para sobrevivir sin tener que pasar hambre. Sí, ofende la realidad, la verdad descarnada, la vulva vigía y la viga en el propio, que no hay como cerrar la mente y mirar el plasma para perder el poco seso que nos quedaba.

Dice el Cordobés, cuando le preguntan por la relación de su hija con el recién separado que al primer novio de su hija ya le dijo que él se dedicaba a cortar orejas y rabo. Lo mismo yo y juraría que también ustedes, porque nuestros hijos son lo más humano que nos han regalado. Pero los de todos, también de los que los pierden o sufren por ellos, de los que usted y yo bebemos lágrimas y secamos conciencias, creyéndonos mejores por pasar un mal rato. Orejas para oír y rabo para mover las moscas que se pegan al plasma sangrante.

 

 

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