Una feminista en la cocina

Una olla al fuego

Ese del trabajo precario, de la familia piando, de los niños creciendo y tú eternizándote en ese puesto de miseria, mal pagado y muy explotado.

Publicado: 18/01/2019 ·
11:31
· Actualizado: 06/02/2019 · 19:46
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Ni los dinosaurios de pega dan miedo por muy grandes que sean, ni las corbetas saudíes van a ser el maná de la Bahía. Estamos atrapados por el paro, la desidia y la desesperanza. Nadie habla de nosotros porque estamos muertos, tan abocados a la tierra como los huesos de los fenicios. Hacemos lo que podemos por sacar cabeza pero solo sentimos el burbujear de la olla al fuego, quemándose a poco que se menee el caldo. Nos echan en cara que cantemos, que bailemos, que vivamos para olvidar que estamos tan acabados como esa olla que espumaba en arameo, tanto que asustó a los vecinos de Loreto y tuvieron que entrar(por una ventana) los bomberos para sofocar el incendio. No lo había en realidad, sino humo espeso de ese que te congestiona el provenir y emborrona los sueños. Ese del trabajo precario, de la familia piando, de los niños creciendo y tú eternizándote en ese puesto de miseria, mal pagado y muy explotado. Es una olla de boca ancha y culo estrecho, de mucho danzar por poca pella que llevarse a los labios, tan secos que dan pena. Estamos atrapados, porque no podemos escaparnos. Tocamos paredes y nos asfixiamos- lentamente- al ritmo de esa quemazón que se nos lleva cutículas, padrastros y uñas encarnadas, dejándonos la piel y palo de santo para contenernos las ganas de tirarnos por un barranco. No hay salida…lo sabes tan bien como que te levantas cada mañana para repetir con desgana la película de tu vida. Pero no cejamos. No sabemos bien por qué, pero ahí estamos dando caña y metiendo abdomen, esperando algo que cambie –radicalmente- nuestra existencia sin que tenga que mediar la lotería , ni los rituales paganos, ni el nuevo (y rutinario) año. Estamos mirándonos al espejo mientras la olla hierve a gusto, cocimiento lento para darnos la  sensación de hogar. Hasta que cerramos la puerta y la dejamos puesta, ahí en su fogón natural, asentada en su hornacina caldeada con su culo estrecho y su boca ancha. Luego sale la humareda, pero ya hace mucho que nos fuimos cogiendo la careta del perchero y las pocas ganas. Condujimos los pies por el asfalto, sin notar que los vecinos llamaban a los bomberos, porque no quieren que por tu despiste se les quemen las casas. Ya sabes la gente como es para estas cosas. Llegan ellos que no son sacados de calendarios, sino trabajadores mal pagados y explotados igual que tú, solo que encima agradecidos porque no son autónomos, ni desempleados, ni precarios, ni discontinuos. Entraron por la ventana que pagaste en tres plazos y acabaron con el dolor del cocimiento lento. A ti no te llegará más que la notificación del suceso. Solo la vecina del segundo tuvo un buen día, porque al pasar con la escala uno de ellos la saludó con la mano y ahora se cree enamorada. Lo dirá a todo el mundo, incluso a ti, que nunca te ha saludado sin saber que crees que es la más guapa de toda la barriada.

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