Una feminista en la cocina

Manos incompletas

Las manos cortadas que aparecen en las cuevas españolas en el Paleolítico no son más que los antiguos tuits para que los amigos los vean

Publicado: 20/12/2018 ·
09:18
· Actualizado: 21/12/2018 · 10:11
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Hace 27.000 años éramos iguales de bestias que ahora que encontramos ballenas abatidas por nuestros plásticos homicidas en playas turísticas, mientras condenamos a nuestros hijos a la muerte porque nos creemos los más “chachis” pariendo en casa. Antes cortaban dedos de las manos -para perpetuar la barbarie de que los vencedores podían hacer con los vencidos lo que les diera la gana-usándolo a modo de decoración de paredes. Siempre hemos sido así y creo que por desgracia- a pesar  de los derechos humanos declarados, de los muchos que no sienten a los demás como enemigos- seguirá siéndolo. Las manos cortadas que aparecen en las cuevas españolas en el Paleolítico no son más que los antiguos tuits para que los amigos los vean y sepan de qué pie cojeamos. Ahora nos hacemos fotos en los viajes, con los niños, disfrazados y en el trabajo, no sea que crean que no existimos o dejemos de hacerlo porque nadie visualice nuestro estado. Nos hemos hecho más banales que nunca porque de las cuevas hemos pasado a la red , como Ralph que transita en las pantallas para deleites de pupilas adaptadas a la oscuridad que es ningunear en una butaca con gente extraña a tu lado. Nos hemos contagiado de esas falanges cortadas y hemos aparcado nuestros sentimientos en algún rincón del cosmos donde estemos-no ya seguros-  sino quietos y reposados como piedras milenarias que no saben cuál es su lugar en el mundo. Somos dedos cortados perdidos, manos amputadas- y en relieve- para que estudiosos canadienses hagan una tesina con nuestras siluetas gastadas por el tiempo que corrió por nuestra vertebras. Estamos ajados de tanto dar, de tanto asentir y de tanto pensar, como el vientre de la ballena que reventó de podredumbre porque los plásticos no se reciclan,  ni a nadie le interesa  investigar cómo podíamos hacer para destruirlos y que no nos coman ellos a nosotros. Dentro de algunos años nos harán una autopsia y encontrarán una peritonitis de caballo con micro plásticos pululando en nuestro estómago, tan dilatado y harto(de todo) como el de la ballena varada.

Siria.

No hemos evolucionado desde aquellas cuevas porque seguimos pariendo en casa, matándonos con esperanzas en forma de placebo, mientras algunos ilustres nos deshacen las ideas, nos llevan al borde del precipicio y luego nos empujan con la sonrisa fuera, que no hay como hacer la puñeta con buena cara para que la gente te crea un santo sin que haga falta peana, ni aureola. No hemos avanzado nada, seguimos cortando dedos, decorando la casa con la silueta de las manos amputadas de los que vencimos en las batallas cotidianas porque  no somos más que iguales ante la muerte que nos atrapa como a Frodo la araña. Esa que por mucho que corramos siempre nos alcanza porque nació con las patas más largas. Pero aun así le echamos cara alzada, tan necia y tan cotidiana que se nos olvida que la carrera está amañada. Con una guadaña nos cortará los dedos, para luego decorar su cueva con la silueta de nuestras manos .

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