Una feminista en la cocina

Veneno que tú me dieras

No se lo tomen a cuenta, los del espectáculo son así, siempre esperando el foco o la alcachofa en la puerta.

Publicado: 10/10/2018 ·
12:20
· Actualizado: 11/10/2018 · 13:48
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Los perros del Barrio de Santa María en Cádiz ya saben lo que es morir despatarrados, con la barriga encogida y rezando en arameo. Que te envenenen no es plato de gusto, ni cuando es para salvarte la vida.                                                                            

Uno de los perros que han muerto.

Ana Obregón cuenta en “Hola” el calvario del hijo que tuvo con Lequio, ese macizo italiano que le puso los puntos junto a las comas. El mocetón- el hijo, que ya el padre anda de péndulo caído- ha dado mucho que hablar hasta que el cáncer se ha entrometido. Su madre, como las que buscan bebés en tumbas huérfanas de sepelio, ha hecho hasta lo que no podía para salvarlo, como por ejemplo decir que ya no existe su carrera artística. No se lo tomen a cuenta, los del espectáculo son así, siempre esperando el foco o la alcachofa en la puerta. No sé lo que será de la Esteban cuando coja el camino que muchos otros tomaron, solo reflejado en revistas viejas manoseadas por archiveros de Biblioteca. No lo sé, pero lo veremos como a Nadia, la niña que los padres vendían a cachitos en entrevistas espectaculares y magacines de máxima audiencia haciendo malabares con la falsedad de que se moría. Cada fin de semana degustamos esa mezcolanza de caras famosas- y otras que no tanto- mientras  rezamos como los perros envenenados en Santa María para que el suplicio acabe y nos lleve el aburrimiento, el hastío o la pena, donde las Esteban y Morenos no nos alcancen.

El niño -ya les digo que mocetón- de la Obregón pelea con un cáncer, adobado de veneno dosificado a gusto de los doctores americanos que no sirvieron (con su medicina para elitistas) para salvar la vida de la más grande, porque esto es ruleta rusa y solo da oportunidades a quien le da la gana. No , desde luego , a perritos queridos en sus casas y envenenados en las calles por alguien tan corroído como los ocupas de la calle Rosario que la emprenden con desgraciados con el cielo por techo, con nocturnidad y alevosía. Tenemos que vivir un macramé impuesto por Artista que dice no serlo, patrocinado por los grandes capitales y ordeñado por religiones y falsos fieles. Todos somos Nadia conviviendo con sus chulos de barrio, prostituida en su niñez, no sexualmente, sino en su imagen, en su vida que ya tiene 14 años para saber y asimilar lo mucho que la corrieron. No será una mocetona como el hijo que nació predispuesto para las portadas con la Obregón luciendo barriga y el padre emparentado con la realeza. Sin embargo, algo tienen igual, como los perros envenenados, los ocupas de la calle Rosario y todos nosotros…que nos da la luz del sol en la pupila abierta. Nadie vivirá eternamente. Nadie heredara el Planeta más que las envenenadoras que viven en las tuberías y que nos visitan de noche para robarnos el sueño. Pobre perros, pobres madres con tumbas sin muerto.

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