Una feminista en la cocina

Cinco días gallegos

La llovizna y el peluco solo me traen nostalgias de evadidos. Los Toruños son ideales para eso

Publicado: 15/03/2023 ·
10:48
· Actualizado: 15/03/2023 · 11:36
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Humedales.

La llovizna y el peluco solo me traen nostalgias de evadidos. Los Toruños son ideales para eso. Cada vez que estoy en el pantalán, juraría que todos los que se devienen en días de humedales grisáceos son muertos. Lo mismo aun no lo son, lo serán, antes o después. Es eso, la permisibilidad de la vida lo que me acongoja. El desconsuelo. Respeto a los que se van a la callada, someros de palabras y gestos. Austeros como los del dieciocho o principios del diecinueve, cuando todo el mundo se trataba de usted y guardaban las formas, aun en las rotundidades de una alcoba. Los Toruños son maremágnum de vida, destellando en azules, malvas y verdes. Los pintores de cortas pinceladas llegan allí para hacerse una acuarela y los Toruños se dejan con complacencia de quien se sabe inmortal hasta que los especuladores, los ambiciosos o los imbéciles lo destruyan como todo lo que es hermoso y frágil al mismo tiempo. Esos mares que no son mares, esas arenas plagadas de cieno, esas olas balanceadoras de piraguas no son más que prolongaciones de aves efímeras, únicas propietarias de ese universo. Los días que azota la lluvia y el viento, cuando es temeridad salir a competir con las mareas, aun esos días, son gloria bendita sin cielo más que el visible de ángeles caídos, cangrejos esquivos y aullantes lamentos de gaviotas. Esos días gallegos de rotundas caderas humectantes, tan desconocidos aun en invierno por estos soleados lares, me traen nostalgias de vivos que fueron ya muertos. Esos muertos tan vivos en la presencia de las olas mancilladas por el Poniente y el Levante que saca sus colores más estridentes, casi estrambóticos, porque nada hay como tapar la tierra impregnada de simientes para la siguiente generación de cangrejos violinistas.

La esencia de los Toruños no se ve desde una sola perspectiva porque es tan tridimensional como la fe, los agujeros negros o la estupidez de uno de los protagonistas de un reality. Sin embargo, visto desde el pantalán todo el caño mareal oscila como la balsa pendiente que es de los desenlaces de la luna, pareciendo entonces mar en calma, bravo y lascivo, escueto y pleno, según el día del año o el año bisiesto. En estos días gallegos de agua y frío, de Ponientes que asolan a los más intrépidos y lloviznas que te traspasan el alma, el pantalán ha estado mudo y ciego sin Petri y su abuelo, sin los que se creen que remar sobre una piragua es pasatiempo de necios. Sin gente general y fiestera de sábados mañaneros y domingos capaces, porque aún no han empezado los cumpleaños, ni las comitivas de muchos veraneantes. El frío y la lluvia es solo patrimonio de los que echamos de menos a los que huyeron. Porque se fueron dejando estela de tristeza y los vemos cuando el cielo se ploma en gris y el mar le acompaña en el sentimiento. Y es curioso, porque si pienso en mi padre y mi madre no los veo tristes, ni fugitivos, sino enteros y diáfanos. Incluso la otra noche soñé con ella y la vi de joven con sus pechos en bandera y una sonrisa que no recordaba tras muchos años lidiando con el Alzheimer. Es más, si me apuran, Juana Sevilla la acompañaba como hizo en vida tantas veces. Y es eso lo que me acomoda los fríos y las lluvias, lo que me hace hincar los talones en la madera humedecida del pantalán y ver a lo lejos una cría- que parece una mujer, pero no lo es -lidiando con el viento y los problemas matemáticos, porque no hay nada como estudiar y competir en la cueva de Platón.

La llovizna y el peluco no hace mella a gaviotas ni a violinistas, tampoco a los pintores de acuarelas que beben los vientos por las aguas sacramentales que imprimen en sus lienzos. Ellos, como yo, aleteamos con las bocanadas del Estrecho y bebemos de la frialdad y la humedad más que del estío que nos agrieta la mirada. Somos agua de mar, reconvertida en burguesonas aburguesadas. Con pálpito de letras conjugadas con el verbo alentar. Ya llegará la calima sevillana y esos soles que calientan hasta la soledad de los mares sombríos. Ya llegarán en cuanto se pliegue un poco la hoja del calendario, se saque el incienso y los alberos por los Remedios acompasen a un río que mereció ser mar.

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