No es un asunto del pasado, ni mucho menos. Ocurre ahora, en pleno siglo XXI, aunque en la memoria colectiva suene al siglo XVIII, cuando en 1759 la “Compañía” fue expulsada de Portugal, de Francia (1762), de España y Nápoles (1767) y del ducado de Parma (1768). Curioso encadenamiento de eventos en tan pocos años no han pasado inadvertidos para historiadores y politólogos que enmarcan esta “guerra” contra los Jesuitas en la conjunción de intereses de las Monarquías Absolutistas borbónicas y la burguesía Ilustrada, que culminó con la supresión de la Compañía de Jesús por el Papa Clemente XIV en 1773. A partir de 1815 fue instaurada de nuevo, siendo disuelta en España en 1835 y en 1932, con la correspondiente expropiación de sus bienes como ahora ha hecho el Gobierno de Nicaragua. Datos sobre fechas, países y circunstancias es fácil obtener en internet. Ríos de tinta, en periódicos, gacetas, pasquines, libros, novelas. Documentales, entrevistas, ponencias congresuales o películas -muy recomendable “La Misión”- cubren un intenso panorama histórico que, aunque parecía ubicado en el pasado, ha vuelto a la actualidad. Enmarcada esta expulsión en una cadena de decisiones del gobierno nicaragüense que se iniciaron en 2018 con las primeras protestas contra el presidente Daniel Ortega: Encarcelamiento de personas disidentes; deportaciones de 200 de éstas a EEUU (Estados Unidos); restricciones a la Iglesia Católica; ilegalización de 100 Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), por “incumplir sus obligaciones”… Entre ellas algunas asociaciones de excombatientes sandinistas (Ortega fue general en sus filas). También ecologistas, de salud, educativas, de desarrollo comunitario, de atención a grupos de riesgo, infancia o tercera edad. En julio pasado se produjo la expulsión de 18 Misioneras de la Caridad, orden fundada por Madre Teresa de Calcuta, que atendian asilos y guarderías. Y ahora la expulsión de los jesuitas, una semana después de que fuese condenada la Universidad Católica UCA (de los Jesuitas) a traspasar todas sus propiedades y cuentas bancarias al estado nicaragüense. Pudiera parecer un broche final a una larga persecución contra la iglesia, desde que la UCA, en 2018, prestó asilo a estudiantes y ciudadanos que se manifestaron contra el régimen sandinista. El mensaje lanzado por el Gobierno de Daniel Ortega es claro: No pueden existir espacios de libertad de expresión si ésta es crítica con el gobierno. No hace tanto, esta era la posición de la dictadura de Somoza, a la que ironías del destino combatió Ortega. Durante la larga historia de la Orden, que comienza el 27 de septiembre de 1540 en Paris, cuando fue fundada por Ignacio de Loyola, ha sido objeto de expulsiones, disoluciones y persecuciones político-religiosas. Cada una de ellas ha tenido dos causas comunes: Eliminar el poder de la “Compañía de Jesús” y apoderarse de su patrimonio. La Compañía ha desarrollado una intensísima actividad en aras a lo que algunas personas llaman “evangelización”, otras “adoctrinamiento”, de amplias capas de población, aunque especialmente orientadas a las clases dirigentes, en todas las tierras del mundo donde ha estado presente. Un detalle importante es que depende directamente del Papado. El actual Papa Francisco casualmente es Jesuita. Este hecho la ha situado en primera línea de confrontación con los poderes políticos. El papado se mantenía perfectamente informado por una amplísima red de “espias” que alimentaban la inteligencia vaticana. Además ejercían una gran influencia en entornos científicos y universitarios. Mantenían una red de centros de enseñanza donde se formaba mucha juventud perteneciente a todas las clases sociales. Cuando fueron expulsado en 1767 del imperio español la Orden regentaba más de 100 centros educativos. Su actividad docente permitía “reclutar” a miembros de las clases más altas de cada país y los contactos y amistades consecuentes permitían tener influencias políticas. Por otro lado, el acceso a las ciencias y el afán de hacer posible una serie de iniciativas sociales, generaron, y siguen haciéndolo, proyectos económicos de una envergadura muy considerable. A fuerza de trabajos cooperativos y donaciones la orden pronto contó con un enorme patrimonio. Decenas de miles de personas trabajando a “full Time” para la Compañía, 365 días cada año durante muchos, muchos años, permitieron, y siguen haciéndolo, una acumulación de plusvalía inmensa. El poderío de la Orden se ha ido plasmando en numerosísimas obras arquitectónicas y artísticas. Una sola referencia acerca de su grandeza se encuentra en la impresionante pintura de la bóveda de la Iglesia de San Ignacio en Roma, “la apoteosis de San Ignacio”, obra de un jesuita, arquitecto, pintor y estudioso del arte: Andrea Pozo (1642-1709). Al admirarla, la vista trasciende los límites del techo a pesar de que la mente pretende establecerlos. Una alegoría de lo que representa esta institución que, como toda obra humana a la corrupción del poder, no es ajena. La libertad de pensamiento y expresión del mismo deberían ser el baluarte de cualquier institución que persiga el bien de la humanidad en su conjunto. Cualquier autoritarismo y adoctrinamiento conlleva la “expulsión” del pensamiento crítico. Quienes hoy sufren, o se lamentan de ello, deberían tenerlo en consideración para nunca ellos “expulsar” a otros que disienten de sus planteamientos.
Fdo Rafael Fenoy
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