Es verdad que la cultura del pasado se basó mucho en humanidades y muy poco en las ciencias. Cervantes lo explica en la quema de libros de su Quijote, todo un símbolo como tantos en la egregia novela; fueron una gran lástima aquellas cenizas de las alquimias que apuntaban a química. Pero no ha cambiado hasta el punto que nos creamos apartados e inútiles los latinistas que andamos por la vida poniendo sintaxis. El saber está inmerso en un bandazo de cientifismo desde el Siglo de las Luces, que también hacía falta, pero no es para desanimarse, que ya sabemos que es condición humana pasarse buscando equilibrio.
Gracias a Dios, las ciencias se estrechan con las letras hoy día en abrazo espontáneo, que la humanidad posmoderna ya no puede vivir sólo del surco como postulaba mi paisano Fray Luis. Otra cosa es el nefasto utilitarismo excluyente o el pragmatismo que deglute y vomita una vida seria cubierta de cartulina. Se hacen necesarios lo material y lo ideal que maticen así de ilusión lo humano. Parece que los saberes convergen allá lejos y vienen a un ser, una especie de textura diversa que llamamos fe y emoción y al fin energía. Nos queda que descubrir, pero es cierto que se ha añadido buena emoción a esta aventura, lo adelantan los científicos
Un escritor y profesor cuenta en su entrevista que se encuentra con que ya no sirve lo que aprendió. Eso es exagerado y no es serio volver al pasado con extremismo. En la técnica y en sus aledaños hay motivos para ensalzar con lírica al hombre y contar sus luchas con la divergencia. ¿Por qué no? Que no nos falten humanistas que traigan espíritu a la eficacia y narren las penas del alma de los que tienen que valerse contra el egoísmo. Sigue en vigor el catálogo de virtudes y vicios de siempre, que ahora caminarán por sendas distintas pero arribarán a idénticos fines ya conocidos. Una herida de ballesta en la Edad Media o el desgarro del potro en el tormento o el punzamiento de espada en las entrañas pudo desanimar más al cantor de Rolando, pero todo puede encerrarse en un romance.
Una cosa sí cabe lamentarse en la preparación de la complejidad: abandono del lenguaje como educación de la lógica. En esto sí hemos retrocedido si miramos los tiempos humanísticos. Hemos abandonado el habla a lo que se ha llamado pragmatismo. Para relacionarse con los demás. El lenguaje es más, es una organización de lo racional, es formatear la mente y capacitarla en una hondura de pensamiento que después ya nunca. Es necesario captar y practicar los infinitos matices y recovecos que refleja la psiquis en la relación. Explicando y leyendo con un profesor humanista antes que todo. Lo sé por experiencia propia y es difícil de trasmitir, pero en los primeros años de escolaridad lo importante es la lengua porque lo es el entender y en mayor medida que lo demás. Nos conviene volver en los comienzos a las humanidades antiguas con sus problemas de concordancia, morfología y sintaxis. Lo que hacíamos en clase de latín para organizar un párrafo de Cicerón. Se desprestigió la enseñanza que basaba el conocimiento sólo en silogismos y fue bueno así. Pero, como otras veces, tiramos con lo viejo lo precioso que lleva enganchado. Todo lo de la escolástica no era malo, que se lo digan a Nebrija que dio clase en el Patio de los Naranjos y defendía que lo principal es la lengua y entre todas, el latín. Le contestaba así a otro sevillano que desafiante se preguntó para qué sirve. Vivir para ver.
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