Con el paso del tiempo, a pesar de tantas retóricas lanzadas sobre la protección de las agresiones sexuales, se observa que los riesgos contra la espontaneidad del niño, lejos de decrecer, aumentan, y que el comercio sexual con los menores prosigue en cualquier parte del mundo, abriendo el camino del vicio desde los años de la inocencia.
El comportamiento más animal a veces lo sobrepasan los propios seres humanos. Las víctimas siempre son los más frágiles. Niños que no tienen una familia donde aprender a vivir lo que es una relación natural entre madre, padre e hijo, que se mueven por si mismos en una sociedad depravada y depredadora, sin moral alguna. La combinación de sexo y violencia en los medios de comunicación y en los espectáculos, así como la normalización de la experimentación sexual cuanto antes, desembocan fácilmente en perversiones como viene sucediendo. No hay excusas para el abuso a menores por parte de nadie. El compromiso del Papa contra la pederastia en la Iglesia y contra la "cultura del silencio" desde que era cardenal, es una actitud normal que deberían imitar todas las instituciones del mundo. Frente a este problema la tolerancia debe ser cero. Los obispos alemanes ante los casos de abuso sexual también han sido contundentes. Quieren descubrir la verdad y llegar a una aclaración legal, sin falsas interpretaciones, incluso cuando se presenten casos que se remonten a un pasado lejano. Además, están reforzando la prevención. Piden a las parroquias y, en particular, a los responsables de escuelas y pastorales juveniles promuevan una cultura de atenta observancia. Desde luego, la explotación sexual de los niños es un crimen tan repelente que hay que actuar con más vigor y quizás también con más voluntad de acción para atajarlo.
Los niños deberían ser el centro de atención en todos los países del mundo. Digo deberían, porque hoy no lo son, en absoluto. Lo serían si la disminución y la eliminación de esa violencia fuese realidad. De poco sirve hablar en todos los foros de una cultura de paz, sino se predica con el ejemplo. A ninguna asociación del mundo puede permitírsele la liberación de la pornografía infantil y las relaciones sexuales entre adultos y niños. Asimismo, la explotación sexual entre menores sigue moviendo gran cantidad de dinero en el mundo. Es hora de declarar la guerra a este repugnante comercio que trunca la inocente infancia a la que todos los seres humanos tienen derecho. Hay que obstaculizar la demanda de turismo sexual que afecta a los menores y que procede principalmente de países industrializados. No es suficiente mostrar la preocupación por el aumento de la prostitución infantil, hay que ir más allá de las palabras, puesto que estamos hablando de delitos monstruosos.
Lo peor que le puede pasar a una generación es que deje perder la inocente infancia y permita el sufrimiento de los niños, que serán los hombres del mañana. La fuerza más fuerte de todas es un corazón inocente, lo advirtió el novelista francés Víctor Hugo. Sin duda, pienso que los niños de hoy necesitan modelos humanos que no encuentran, referentes dignos que no les fallen, espacios para ser felices que tampoco hallan. Hace falta un compromiso real de todos para con todos, porque todos debemos luchar por cada menor. Sólo cuando se ha vivido una primavera alegre, se puede llegar a un verano lozano, con la sonrisa de haber crecido interiormente como persona respetada y respetable.
La vida no es una simple sucesión de hechos y experiencias, de erotizaciones y esclavitudes, como a veces se nos presentan hasta en los planes educativos, debe ser una búsqueda de lo verdadero, exploración que dicho sea de paso suele cultivarse mejor desde la inocencia que en la malicia. No se puede hablar desde ningún púlpito de la educación para el amor, como don de sí mismo, premisa fundamental para una educación sexual, y luego no hacer nada ante el aluvión pornográfico, la pedofilia, el proxenetismo o prostitución de menores, en el que los niños son desposeídos de su infancia. Hace bien, pues, que la prioridad en la agenda de la iglesia católica sea la persecución de la pederastia. Lo mismo debería hacer toda la sociedad con sus instituciones a la cabeza. Qué grandeza de cultura es esa que no se inclina ante los niños adulterados por los adultos. Como dijo Einstein, la palabra progreso no tiene sentido mientras haya niños infelices. Está visto, en consecuencia, que el deber de dejar ser feliz a los débiles todavía no lo han asimilado en su totalidad los fuertes. ¿Dónde está el avance? Hay que humanizarse, todavía es asignatura pendiente.
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