Hoy, en España,
cualquiera puede ser ministro. Como
Alberto Garzón. Un auténtido drama. Es cierto que es
ministro de cuota, pero también lo es que
su palabra puede causar estropicios de la misma dimensión que la de sus colegas de Gabinete más cualificados. Lo que agrava el drama. Muy probablemente, Alberto Garzón sea
un tipo estupendo, pero
como ministro es una calamidad.
Además,
procede del Partido Comunista, que en
España está muy mal visto porque casi todos los significados dirigentes del Partido Comunista
parece que riñen cuando se dirigen a los españoles. Alberto Garzón, menos, porque se le da bien sonreír.
Hablar, no tanto. Ha dejado perlas sobre el juego, la pandemia, los refrescos y, últimamente,
los filetes. Se ve que para ser del Partido Comunista hay que explicarse mal. A Marx y Hengels tampoco hay manera de entenderlos. El problema está en que esta vez
no iba desencaminado Alberto Garzón con la necesidad de reducir el consumo de carne para combatir el cambio climático.
El informe
España 2050, presentado recientemente por el propio presidente Pedro Sánchez, apunta que “el abandono progresivo de la dieta mediterránea y el incremento del consumo de productos de origen animal” causan
el 80% de las emisiones asociadas a la alimentación. La Junta de Andalucía, gobernada por el PP y Ciudadanos, que han criticado duramente al ministro, también recomienda reducir el consumo de carne roja
por motivos de salud.
El cambio climático es una
tragedia mundial que estamos sufriendo a cámara lenta. Es un hecho irrebatible causado en mayor o menos medida por la mano del hombre y que se ha agravado y acelerado conforme
se ha disparado la población mundial, la producción de bienes y las comunicaciones. Los medios y los líderes políticos han insistido durante los últimos años en las causas y en los riesgos que corremos la humanidad, pero
han obviado una parte muy importante de la cuestión:
el impacto medioambiental del consumo y el coste que habrá que pagar individualmente y como sociedad para refrenar (evitar se antoja imposible) la catástrofe.
Con respecto al impacto, J. Casri ofrece datos muy interesantes en el artículo El Antropoceno, entre la abstracción conceptual y la representación este mes en El Viejo Topo. Entre otras cuestiones, apunta que “los centros de almacenaje de datos, a los que llamamos
la nube de Internet, son causantes de un enorme gasto energético” y concreta que “se estima que
una simple búsqueda en Google genera 1,45 gramos de CO2”, de manera que cada uno de los 4.000 millones de usuarios activos de la red suman 26 kilogramos de CO2 al año solo en búsquedas.
En cuanto a la solución,
el decrecimiento controlado, abandonando la búsqueda del crecimiento económico y organizando la economía de modo que ésta utilice menos recursos,
es la única salida. Tal y como señalaba en estas páginas el profesor de Física Aplicada de la UCA José María Sánchez,
“habrá que hacer sacrificios”. Lo de la carne, me temo, será lo de menos... Y lo peor es que el debate lo lidere alguien como Alberto Garzón.