¿De qué hablan cuando se refieren a España?

Publicado: 12/10/2023
Autor

Daniel Barea

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El debate político no gira en torno a quién es el presidente, si Sánchez o Feijóo, sino qué queremos que sea nuestro país en los próximos 40 años
Probablemente, el presidente del Gobierno en funciones no haya leído la obra de Lacan, pero sigue a pie juntillas aquello de que “el mundo de las palabras crea el mundo de las cosas”. Por eso, mientras Feijóo marchaba camino a la hoguera sin cesar de gritar a los cuatro vientos que o el PP ocupa Moncloa o se desatarán las siete plagas de Egipto, Sánchez y sus conmilitones evitaban pronunciar la palabra amnistía cuestionados por los medios en la capital del Reino o en la Casa del Pueblo más pequeña de todo el territorio nacional.

Pero ya toca afrontar la realidad llamando las cosas por su nombre. Y este viernes, el líder socialista se refirió a la amnistía con todas sus letras y su tilde por primera vez. Lo hizo para apuntar que, con ella, se pondrá punto final al Procés, pero no dice abiertamente (quizá más adelante, sí), que es la clave de la negociación del PSOE con Sumar y la panoplia de partidos independentistas con representación en el Congreso para retener la Presidencia del Gobierno. Esta es la realidad. Cruda y dura. Perfectamente creada y definida por las palabras adecuadas.

Una realidad compleja que, al término de todo, nos coloca frente aun cuestionamiento del Estado de Derecho, por un lado, y, por otro, del concepto mismo de España. España es una palabra polisémica. Tiene significados distintos en boca de Rufián (ay), Ortuzar, Puigdemont, Abascal (que aparte de problemas de lingüística, también los tiene con los números), Sánchez y Feijóo, o el propio Rey Felipe, quien conminó a su primogénita, tras jurar bandera, que sirva a España, sin que uno tenga claro a qué demonios se refiere teniendo como referente monárquico a Juan Carlos...

Lo que se dirime es, precisamente, la definición de España, con todo lo que ello conlleva. Abierto este debate, tal vez los partidos deban abandonar el corotplacismo y encarar un periodo constituyente para que, de acuerdo a los mecanismos dispuestos en la Carta Magna, formulemos un nuevo pacto territorial, económico, social para otros 40 años. La crisis institucional no puede alargarse porque las consecuencias pueden ser devastadoras.

Basta con mirar a Francia o EEUU, donde la degradación de la democracia paraliza el progreso, deteriora el Estado de Bienestar, acrecienta las desigualdades, incendia las calles periódicamente y deja pista libre para ocupar un lugar hegemónico en el contexto internacional a democracias iliberales o regímenes autoritarios.

El coste para que Pedro Sánchez siga mandando lo pagaremos todos menos País Vasco y Cataluña. La repetición de las elecciones es una huida hacia adelante. Un Gobierno del PP no acabará con las tensiones territoriales que absorben el discurso público.

En Las Cortes, se habla de ya de amnistía. En la calle, se habla desde hace años de desesperanza. Solucionemos de una vez el viejo problema, si miedo, para ponernos cuanto antes en los perentorios y en los prioritarios: educación, sanidad, vivienda, jóvenes, mayores y empleo.

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