Teología de Málaga

Teología de Málaga. Necrofagia

Manolo Alcántara escribió alguna vez que un español de genio no es feliz hasta el primer centenario de su muerte

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Manolo Alcántara escribió alguna vez que un español de genio no es feliz hasta el primer centenario de su muerte. Aquí los honores siempre se han regateado. Desde luego no es el caso del maestro Alcántara. Disfrutó en vida de honores; y se le ha honrado bien en la muerte, como merecía. De El País a El Mundo, de Málaga Hoy a Sur, de ABC a La Razón, se han leído piezas magníficas. Claro que también ha servido para asistir a uno de los espectáculos más impúdicos: la necrofagia de quienes alimentan su vanidad con los muertos.

Estos espectáculos son formidables. Dondequiera que esté Manolo Alcántara, si tiene vistas a la ciudad, estará asistiendo entre divertido y perplejo a todo esto. Manolo tenía una capacidad inagotable de entender las debilidades de la condición humana, pero también  un código moral estricto contra los farsantes.

Ahí están, con sus golpes de pecho, ese político al que él despachaba sin más, aburrido de sus elogios melifluos; ese joven escritor que apenas lo conoció y actúa como una viuda desconsolada; ese periodista que siempre le pareció mediocre y ahora ejerce la tarea estalinista de decidir quién sale en la foto a su lado y quién no; ese otro que, cuando citaba uno de sus versos, hacía reír a Manolo pero ahí sigue declamando engolodamente como albacea lírico… Toda una galería de quienes aspiran a darse un barniz con la gloria de Alcántara pero no pasan del diminutivo, o sea, un barniz de alcantarilla.

En esa corte de plañideras impostadas hay mucha necrofagia. Es muy fácil oír las risas de Manolo, dondequiera que esté. El siempre tuvo claro lo único que importaba; y solía resumirlo con un verso de Jorge Guillén: “Amigos. Nadie más. El resto es selva”.

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