Sin duda Moreno Bonilla, el presidente de la Junta, habrá disfrutado esta semana en Málaga, como en otras visitas recientes, del entusiasmo de las ovaciones. Qué manera de aplaudirle, incluso cualquier nadería. Claro que probablemente él sea conciente, más que nadie, de que es un entusiasmo con mucho de hipócrita. La vida misma.
Quienes hasta hace nada ignoraban aquí a Moreno Bonilla, e incluso lo evitaban, al considerarlo amortizado en los planes de Casado para liquidar a los sorayistas, dando por hecho que Juanma tendría una derrota clamorosa el 2-D y volvería a gobernar el PSOE, ahora pierden los cuartos traseros para mostrarle su devoción. Una devoción incondicional y desde siempre, por supuesto.
Ah, los aduladores.
El viejo Teofrasto, en sus Caracteres, retrataba con precisión quirúrgica a los aduladores y su comportamiento indigno pero ventajoso. Porque de eso se trata, claro está. Rebajarse, a menudo hasta el servilismo, esperando que antes o después algo sacarán.
Sí, provoca vergüenza ver a algunos entregados ahora a la causa de Moreno Bonilla. O más que algunos, a tantísimos, porque al final “la peste de los aduladores”, como escribía Montaigne, aparece como una epidemia cuando hay algo que ganar. En fin, gente despreciable a la que Dante, en su Infierno, situaba en un foso de excrementos. Ese es, sin duda, su lugar.
Moreno Bonilla estará avisado. Los aduladores buscan su premio, pero son siempre un peligro. Lo suyo va según sople el viento. Y como alertaba Quevedo en su tratado político Marco Bruto, “puede haber puñalada sin lisonja, pero pocas veces hay lisonja sin puñalada“. Quien te adula, antes o después te traicionará. De momento, eso sí, qué gran espectáculo están dando los aduladores. Qué maravilla, qué descaro.
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