La crisis de la salud mental en adolescentes en pandemia

Publicado: 23/08/2021
La diferencia principal entre los adolescentes y los adultos es que los primeros todavía no tienen suficientes herramientas para manejar sus emociones
Una de las consecuencias más graves de la primera ola de la pandemia fue el incremento de hospitalizaciones de adolescentes por problemas mentales. Las demandas de ingreso psiquiátrico en este grupo no son nuevas, pero sí crecieron de forma exponencial. No fue una de las consecuencias previsibles de ese nuevo contexto.

La pandemia tuvo un fuerte efecto negativo en los adolescentes, a pesar de que sea un tema poco tratado a día de hoy. Más allá de la paralización de la economía y el cuasi colapso del sistema de salud, nos enfrentamos varios meses a algo que nos afectaba directamente a todos, sin excepción: el encierro y la incertidumbre.

Las repercusiones de la pandemia sobre la salud mental de los adolescentes

La diferencia principal entre los adolescentes y los adultos es que los primeros todavía no tienen suficientes herramientas para manejar sus emociones. A pesar de que lo más probable es que no tuvieran el peso económico de su familia y que la Covid-19 no es tan fuerte en ellos, son más vulnerables a nivel psicológico que otros grupos demográficos.

Es así cómo los niños y los jóvenes estuvieron durante tanto tiempo en una posición quizás tan vulnerable como los ancianos, aunque haya sido por motivos diferentes. En este contexto, prevalecieron síntomas de daño psicológico, como lo son el estrés constante, altos niveles de ansiedad, largos períodos de depresión, y adicciones, además de las adicciones.

Debido al comportamiento y su etapa de desarrollo, este tipo de consecuencias de la pandemia pueden ser más prolongadas e intensas en los jóvenes. El impacto de estos problemas depende de varios factores: edad, educación, existencia de capacidades, antecedentes de trastornos mentales, presión social y entorno y el grado de la estructuración familiar.

Así es cómo llegó la ola de adolescentes a los hospitales en busca de ayuda psicológica, urgente en varios casos. Entre los problemas más comunes estaban tentativas de suicidio, trastornos alimenticios y cuadros depresivos y/o ansiosos de larga duración, junto con la incapacidad de sentir empatía o disfrutar de lo que antes generaba satisfacción.

Encierro y relaciones personales

El desenvolvimiento con otros es parte importante del desarrollo de cada persona durante la adolescencia. Es cuando cada uno aprende por su propia cuenta cómo le gusta relacionarse con otros, busca constantemente su identidad y cómo deberían ser las personas en su entorno. Privar de este hecho a cualquier adolescente implica consecuencias desagradables, tanto a corto como a mediano plazo.

La impaciencia se hizo presente apenas comenzaron las restricciones. Ya no era una opción seguir con la vida cotidiana, en la que la socialización en persona formaba parte de ella. Fue, de cierta forma, cortar de raíz ese factor que llena la necesidad de cada persona por relacionarse con otras.

En un principio, los medios digitales fueron una alternativa atractiva. No es novedoso en la era digital actual, en la que casi parece más relevante llevar una vida social virtual que una en persona. Sin embargo, pronto fue evidente que el mundo virtual no puede reemplazar al real, e incluso puede ser parte del problema en los casos más graves.

Aún así, las citas en línea, las fiestas virtuales y las reuniones por videollamadas sirvieron para mantener la comunicación con personas fuera del entorno familiar. Fueron medidas que mitigaron la situación para muchos, pero para otros fue insuficiente. Este último grupo fue víctima de los problemas mentales de la pandemia.

Causas subyacentes a esta crisis

Por sí mismo, el contexto pandémico no es suficiente para despertar una crisis de estas magnitudes en la que numerosos adolescentes debían ser tratados (hasta hospitalizados). Si bien fue el botón detonante, lo normal es que haya habido por detrás situaciones particulares que ya generaban tensión.

La familia por fuera del núcleo familiar, los amigos, la escuela perdieron el impacto directo en el manejo emocional de los jóvenes. Se perdieron los pilares del equilibrio emocional: pérdida de las rutinas en casa y la estructura de la escuela, el aburrimiento constante y la falta de amigos en un entorno cercano fueron relacionados con los problemas psicológicos detectados.

Además, creció la ansiedad como consecuencia de la incertidumbre. De repente, el camino se ensombreció, y el futuro académico y laboral dejaron de verse con al menos un poco de claridad. Las actividades en Internet se volvieron compulsivas, el aislamiento y la reclusión fueron parte del día a día, y la exposición al acoso y al abuso creció.

De prolongarse estos comportamientos, algo que ocurrió y sigue pasando ahora, se favorece el desarrollo de trastornos depresivos y ansiosos, las tentativas de suicidio, trastornos alimenticios y las adicciones.

Cabe destacar que las herramientas digitales solo ayudaron al florecimiento de actitudes ya existentes, potenciadas en un entorno de incertidumbre y aislamiento. No significa que hayan sido las causas, ya que fueron una alternativa para los jóvenes que no tuvieron tantos problemas en el manejo de sus emociones.

Debemos recordar que los padres son el modelo de conducta del que aprenden los hijos. Es el hogar en donde se deben aprender diferentes habilidades para lidiar con situaciones de estrés, decepciones y demás dificultades en el control emocional. El hogar tiene que ser sinónimo de la resolución de problemas y fortaleza mental, un entorno seguro en el que puedan estar los jóvenes.

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