Fahim, el niño bangladeshí que vivió junto a su padre como inmigrantes irregulares en Francia durante casi cuatro años en los que la administración les fue cerrando todas las puertas, cuenta en el libro 'El Rey de Bengala' (Grijalbo) firmado por su maestro de ajedrez Xavier Parmentier, cómo gracias a su pasión y talento por este deporte evitó la deportación y consiguió un permiso de residencia por orden directa del Elíseo.
"Yo no lo he leído, mi vida me la conozco", cuenta el chico, que ahora tiene 15 años, en una entrevista con Europa Press en Madrid. Su historia dio la vuelta al mundo cuando en 2013, mientras la orden de deportación que pesaba su padre y él cumplía dos años, se convirtió en campeón nacional de Francia y el Gobierno le regularizó de urgencia para que pudiera participar en los campeonatos europeos.
El ajedrez le regaló la vida que a los 8 años le había robado. De familia trabajadora y residente en Dakha, la capital de Bangladesh, se destacaba ya desde los 5 años por su intuición con el tablero. Comenzaba a ganar a los adultos y a hacerse popular. Su padre recibió una mañana una carta. El niño estaba en peligro, le querían secuestrar. El 2 de septiembre de 2008 emprendieron la huída dejando atrás a la madre de Fahim y sus dos hermanos. Tardarían muchos años en volverse a encontrar.
Del viaje, dice que recuerda sobre todo que le disgustaban los medios de transporte y que "se tardaba en todo muchísimo". "Mi padre buscando. Llamando por teléfono continuamente. Tratando de poner la mayor distancia posible entre Bangladesh y nosotros. Embajadas, consulados, en busca de un billete de salida para huir lejos de Asia. Para que no nos encuentren nunca", explica en uno de los pasajes del libro.
El destino era Madrid, pero tras pasar por Calcuta, Nueva Delhi y Hungría, llegaron finalmente a Francia, donde descubrieron el derecho de asilo. "Me gusta esta idea de que un país podría defendernos de nuestros enemigos", pensó entonces Fahim.
Tras vueltas y calamidades acabaron vinculados a la ciudad de Crèteil y a su club de ajedrez, con un padre que renunció a todo con tal de que su hijo pudiera seguir formándose. Allí conocieron a Parmentier, que sería su profesor y el apoyo de ambos en el calvario que les tocó vivir durante casi cuatro años como solicitantes de asilo primero y como inmigrantes en situación irregular, después. "Gracias a él pudimos sobrevivir", afirma el joven.
"Mis primeros años en Francia estuve contento. Hice amigos, tuve la suerte de aprender francés bastante rápido y me pude integrar muy pronto así que los primeros años no fueron los más difíciles, al menos para mi", añade.
Acabaron siendo expulsados del centro de acogida con una orden que decía que debían abandonar territorio francés. Agotaron también la vía de los servicios sociales: con la crisis, cuenta el libro, llegaron los recortes económicos y dejaron de sufragarles las habitaciones en hostales a las que habían ido siendo sucesivamente, derivados. Se quedaron en la calle y de hecho, el padre pasó muchas noches en una tienda de campaña hasta que un movimiento solidario, boca a boca, consiguió encontrarle cobijo.
Todo cambió cuando Fahim llegó por fin a enfrentarse en los campeonatos de ajedrez de Francia. En una situación límite, viviendo completamente de la solidaridad de otros miembros del club y personas que altruistamente decidían apoyarles con cobijo, ropa o alimentos, con el miedo a ser descubiertos y deportados en cualquier momento, todas las cámaras de televisión se posaron sobre el niño milagro, que había ganado el torneo sin tener si quiera 'los papeles'.
"De repente, oigo una voz detrás de mi: 'sin papeles no puede viajar. No irá nunca a los campeonatos de Europa'. Mi sueño se hace añicos en pleno vuelo y cae roto en mil pedazos. Sin papeles, clandestino. Soy un rey clandestino", pensó en aquel momento Fahim. Tenía 12 años y había conseguido sobreponerse a la ausencia de su madre, al desarraigo, a la inseguridad, al deterioro físico y psicológico de su padre. "Soy campeón para nada", recoge el libro.
Se acercaban las elecciones en Francia y el entonces primer ministro François Fillon se sometía a las preguntas de los oyentes en un programa de radio cuando una mujer le interpeló directamente qué iba a hacer con la situación de ese niño campeón de Francia y su padre, una historia que tenía conmocionada a una comunidad entera. La respuesta, que el trofeo hacía a ese chico merecedor de que su caso fuese examinado "con la mayor atención". Una semana después, les habían regularizado y además, era famoso.
"Lo vivo con normalidad, no es que le preste mucha atención. Por ejemplo, lo que se publica en los periódicos no lo miro. Para mi es como si yo no hubiera hecho nada (...) Sé que mi situación es fruto de toda la gente que nos ha ayudado", añade. Descarta dedicarse profesionalmente al ajedrez, está "seguro" de que hará otra cosa. "Para mi el ajedrez es un placer, pero no me dedicaré a ello", añade.
"ES INJUSTO"
Cuando piensa en los miles de niños que como estuvo él, se encuentran en esa situación de irregularidad, incide en que "no es justo". "Yo gracias al ajedrez he podido salir adelante pero hay muchos niños que no tienen el ajedrez y eso no quiere decir que no tengan derecho a una vida normal y a tener los papeles", afirma.
Con todo, dice que entiende que "Europa no puede acoger a todos los inmigrantes que entran". "No es normal que no ayudemos a estas personas, pero también hay que comprender a los europeos, no pueden acoger a toda la miseria del mundo", confiesa Fahim, que si bien se reconoce como inmigrante, se identifica completamente como francés, aspira obtener la nacionalidad y a pasar allí el resto de su vida, donde ha reunificado a su madre y sus hermanos.
Para quienes miran la inmigración desde 'la barrera' y para los propios migrantes es este libro. "Se dirige a muchísimas personas, tanto a los que no saben nada de la vida de los inmigrantes y no tienen ni idea de lo que puede llegar a vivir alguien que no tiene un techo, no tiene comida, que se muere de frío; y también a los que viven esta situación, a quienes les diría que hay que aguantar porque en un momento dado, el camino cambia y se puede salir".
"Yo tuve que pasar 3 años, cierto que algunos tendrán mas suerte y podrán tener los papeles en seis meses mientras otros tendrán que esperar igual diez años, pero hay que aguantar", asegura.