Sindéresis

Fronteras

Ningún pueblo alcanza la paz estableciendo fronteras interiores entre potentados y desposeídos, católicos y protestantes, gitanos y payos.

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Ningún pueblo racista sobrevive siéndolo; ningún pueblo clasista, homófobo, machista u opresor. Ningún pueblo soporta tantas revueltas en sus fronteras interiores. Los Estados Unidos de Norteamérica implosionarán a sangre y fuego si no limpian sus instituciones de fundamentalistas cristianos y supremacistas blancos. Ninguna minoría es sometida para siempre.

Ninguna guerra interior se sostiene para siempre.

No existe un pueblo esclavizado que no se haya levantado en armas alguna vez. No existe victoria en las tesis del darwinismo social y jamás habrá paz para los malvados.

Ningún secreto sobrevive el paso del tiempo, ningún estado totalitario puede someter a la inercia de la historia, ningún dictador somete para siempre a los suyos.

El problema no es la victoria final, que a la postre, en un ciclo incandescente que a veces parece enloquecido, se decanta por el lado de la razón y va acorralando a los tiranos y a las elites esclavistas. El problema es que lo intentan, lo siguen intentando como insectos que se acercan a la luz que será su tumba de fuego, y en un chispazo mueren al tiempo que brillan, para que los necios solo se fijen en el brillo predestinado, y no en el destino. 

Es un asunto de mentes enfermas. Cuesta trabajo asimilar que ciertas características de los estados  y los imperios, en las circunstancias adecuadas, permiten que los peor dotados para la especie humana, como animales gregarios y colaborativos que somos, acaben ostentando puestos de poder. Aquellos que deberían ser tutelados por personas más sabias para evitar daño sobre sí mismos y sobre los demás, cabalgan sobre el brillo de anteriores necios y consiguen el acúmulo de necios a su estela, y brillan, mucho o poco, al tiempo que la rueda del tiempo los acerca al calor insoportable de la razón, y arden, pero se llevan un trozo de bondad humana a la parrilla.

Ningún pueblo alcanza la paz estableciendo fronteras interiores entre potentados y desposeídos, católicos y protestantes, gitanos y payos. Las únicas fronteras en las que merece fijarse y poner guardias están entre la vida  y la muerte, la enfermedad y la ciencia, el hambre y el grano. Por eso, cuando alentamos el racismo y la xenofobia, invocamos la desgracia, establecemos las pautas para un revuelta en el futuro; y ninguna minoría es sometida para siempre.

El problema es que inventamos minorías artificiales porque, de este modo, los aspirantes a tirano nos reúnen en torno a enemigos artificiales, lo bastante llamativos para asustarnos y lo bastante débiles para ser vencidos con relativa facilidad. Porque ningún tirano se corona señalando a un enemigo poderoso. Siempre se alzan desde la pandilla ganadora, siempre, sin ninguna duda, el cien por cien de las veces, quien te intente convencer de odiar es alguien que jamás se enfrentaría siquiera a alguien de su tamaño.

No falla, no ha fallado y jamás fallará esa tesis.

Alguien que levanta una frontera dentro de su pueblo te quiere a ti en la alambrada y a sí mismo en el castillo. No venceréis, no brillaréis más que un rato, no limpiaréis nada que estuviese sucio, no empañaréis más que las esquinas de la vida en el global de las cosas.

Las fronteras que construisteis con los pocos maderos de los que os dotó la humanidad, caerán como han caído todas. Ni siquiera el brillo de los tiranos será vuestro, y en el siguiente ciclo de la rueda del tiempo, seréis recordados como esclavos con látigo, de cerebro blando y voluntad débil, y poca cosa más.

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