Sindéresis

¿Y ahora qué, hijos de puta?

Por explicarlo de un modo accesible: cuando necesitas un departamento de marketing para explicar tus actos, entonces no eres un buen ejemplo de nada.

Publicado: 16/05/2020 ·
15:27
· Actualizado: 17/05/2020 · 00:29
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  • Julio Anguita. -
Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

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Estoy bastante seguro de que Julio Anguita era una persona poco dada al melodrama, como buen materialista con un pragmatismo inapelable puesto al servicio de la ética. Antipático confeso e imposible de homologar a los tiempos del clickbait, en una ocasión dijo que le gustaría volver al Congreso solo para decir desde el estrado: «¿Y ahora qué, hijos de puta?»

Porque estuvo muy rodeado de hijos de puta, todo hay que decirlo, la generación de políticos que, al salir de la Dictadura, tuvo que aprender a marchas forzadas el arte de la demagogia, pan y circo. Enterraron su discurso y su verdad con una capacidad asombrosa.

Anguita tenía razón, pero como él mismo ha reconocido, con otras palabras, de poco sirve tener razón si los demás no te creen. En cualquier caso, ha vivido ver pasar otro 15M, salve.

¿Y ahora qué?

¿Vamos a seguir midiendo nuestras palabras para esconder la realidad de modo que no perdamos a ningún sector profundamente equivocado? ¿Vamos a seguir contando retweets? ¿Vamos a seguir meándonos en la tumba de las y los grandes pensadores, de los que nos dieron ejemplo, para seguir justificando lo injustificable? ¿Vamos a seguir teniendo miedo a que la gente no nos quiera?

Yo también soy una persona antipática, en el sentido en el que Anguita usaba esa palabra, intransigente con su espacio vital y con su gesto, y ese tipo de gente, en contraste, me provocan simpatía; creo que en ello está la base de una personalidad honesta, con reticencias a ofrecer lo que no tiene, o lo que no quiere dar porque no es suyo. Por ejemplo, si hablamos de tener la razón de tu parte, es difícil hacer concesiones cuando eres una persona honrada como el Califa, porque la verdad no es algo tuyo como para ofrecerla a cambio de la simpatía de otros.

Predicar con el ejemplo y convencer con la palabra, ese es el camino correcto, por más que el camino político habitual sea el de predicar con la palabra y convencer con el ejemplo, aprovechando que la palabra lo aguanta todo, ¿verdad? Y el ejemplo es algo mucho más objetivo, material, puro. Por explicarlo de un modo accesible: cuando necesitas un departamento de marketing para explicar tus actos, entonces no eres un buen ejemplo de nada.

¿Y ahora qué, hijos de puta? ¿Nos vamos a dar cuenta de que hay que poner el parche antes que la herida, siempre, porque hay heridas que se llevan cientos de miles de familias por delante? ¿Nos vamos a dar cuenta ya de que cuando un político miente o tergiversa es mucho peor que cuando lo hace el cirujano que está a punto de operarte? ¿Le vamos a exigir a toda la clase política que sea ejemplar, o nos vamos a seguir conformando con que sean de los nuestros, cosa que a la postre se transforma en que nosotros seamos suyos?

Estoy bastante seguro de que Julio Anguita no querría aspavientos ni camisas rotas, y que le gustaría que recordáramos, creo, que miles de personas mueren cada día habiendo sido honradas toda la vida, y las tenemos al lado, y en muchas ocasiones las usamos de saco de boxeo, porque a menudo despreciamos aquello que es reflejo de nuestras carencias, en lugar de tomar ejemplo de quienes predican con él; eso es la humildad, que no tiene nada que ver con la modestia ni con la simpatía.

Pero si seguís idolatrando a los que roban para luego dar limosna y predicarla, en lugar de a aquellos que no roban y que buscan que nadie necesite limosna, me seguiréis teniendo enfrente, a mí y a toda mi antipatía. Algo distinto sería indigno del ejemplo de Anguita, y de otros y otras miles como él. Sed más antipáticos, joder, y un poquito menos falsos, aunque sea durante los tres días que os durará el duelo.

 

 

           

           

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