Sindéresis

Más grande que la nación

La nación humana es la única que asegura la defensa de los Derechos Humanos, y la nación de todas las naciones es la infancia (...)

Publicado: 16/12/2019 ·
02:34
· Actualizado: 16/12/2019 · 02:34
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Cuando se pretende que la principal característica significativa de una persona sea su nacionalidad, al mismo tiempo se le reprende o invisibiliza por cualquier otra. Las personas que abogan por la nación ante todas las cosas, al mismo tiempo, suelen cargar de significado conveniente ese asunto; la nación son los toros, la nación es el catolicismo, la nació es lo que a mí se me ponga en los cojones; tú no eres la nación; tú eres enemigo de la nación.

 Pero afortunadamente hay conceptos globalizadores, hay reinos y naciones, más grandes que la nación, puntos de encuentro de millones y de cientos de millones, estandartes que defienden conceptos enormes y enormemente necesarios. La nación feminista es una de las más grandes y es transversal a las clases sociales; quizá por eso choca con la nación de la clase obrera, que al mismo tiempo intenta reprender o invisibilizar a cualquier otra, y describe cualquier otra como enemiga de la clase obrera. Como la nación animalista o la nación LGTBIQ+. Cuántos comunistas de la vieja guardia se arrancan el pelo, comidos por la furia, cuando ven que millones y cientos de millones se unen entre sí por los problemas y luchas debidas a su condición de género, a su condición sexual, antes que por ser de la clase obrera, no fuera a ser que una obrera y una empresaria se abrazaran para luchar por la misma causa, uno de estos días.

 Afortunadamente, en el día a día, casi todo es más grande que la nación. Millones y cientos de millones esperan el estreno del último episodio de Star Wars o de la serie de Geralt de Rivia, y aplauden porque Amazon Prime Video adquiriese los derechos para acabar la historia de The expanse, una odisea de ciencia ficción, por cierto, con más conciencia social que la mayoría de los mítines que he visto en mi vida.

 Y mientras nos sentimos más cercanos a una activista brasileña, a un ilustrador japonés, a una escritora rusa o a un político sudafricano, nos intentan clavar la bandera delante de las narices, con su olor a incienso, a sangre y a pólvora, y quieren que amemos todas sus esquinas, manchadas con los contratos que ellos han firmado, y tiemblan de rabia cuando se les responde algo tan sencillo que puede entender cualquier niño: uno no elige donde nace.

 Lo que uno elige es si quiere seguir sometiendo a la semiesclavitud a la mitad femenina de la población, aplaudir la tortura de un animal noble en mitad de la arena, seguir una religión que machaca a las mujeres, a los homosexuales y a los pobres; lo que uno elige es si revienta el planeta o lo defiende, si revienta a los pobres o los defiende, si revienta la Sanidad Pública o la defiende, si revienta la Educación pública o la defiende. Aquí o en Lima.

La nación humana es la única que asegura la defensa de los Derechos Humanos, y la nación de todas las naciones es la infancia, porque somos mamíferos, gregarios, inteligentes y empáticos, y todo lo demás es negociable, biodegradable, coloreado.

Y todos los colores se resumen en el color de la nieve y en el de una sonrisa.

           

           

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