Sindéresis

La arrogancia

No nos paramos a pensar que la arrogancia es a menudo la visualización de uno mismo haciendo cosas increíbles, imposibles, la zanahoria que nos ponemos delante.

Publicado: 06/05/2019 ·
01:18
· Actualizado: 06/05/2019 · 01:18
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Entiendo que muchas personas piensen que la arrogancia es un defecto, sobre todo cuando rompe el acuerdo que dicta que la aceptación social comienza por el sometimiento y la valoración de los demás, nunca de la propia.

Sin embargo, no nos paramos a pensar que la arrogancia es a menudo la visualización de uno mismo haciendo cosas increíbles, imposibles, la zanahoria que nos ponemos delante, y la valoración sin ataduras ni convenciones sociales: amor propio. Creo que los seres arrogantes están diciendo a los demás con su actitud que pueden y quizá deben emprender caminos distintos sin permiso de nadie. El amor propio, al fin y al cabo, es lo que te arrebatan los matones y los chuflas. La arrogancia es el armazón sobre el que construir una vida y una esperanza cuando la infancia o las calles en tormenta te han despojado del calor y de los músculos.

 La arrogancia también rompe estereotipos y sirve de ejemplo inverso; ¿acaso la imagen que proyectaba Bruce Lee, bendito sea en su arrogancia, no era un enfrentamiento directo contra la esclavitud sufrida por la población china, ya fuese en el régimen comunista o en la industrialización de Estados Unidos? Bajo esa actitud humilde y cercana, cuando Camarón fue preguntado sobre la gente a la que no gustaba su flamenco de vanguardia, el disco que hizo avanzar el género, este respondió: «Que lo escuchen otra vez».

Mujeres plantadas delante del fascismo, sin poso de modestia, imaginadas e imaginándose más allá de un mundo que todavía no existe y, por tanto, capaces de alcanzarlo. Por eso quizás el poder las quiere humildes y moderadas.

Rosa Parks saltándose las leyes. Muhammad Alí pavoneándose sobre los restos de sus cadenas y de su primer nombre.

La soberbia nos hace sobrevivir y avanzar en ocasiones, y nos obliga a respetar lo diferente, porque cuando respetas por su talento a alguien que no te cae bien, quizá reflexiones sobre otras personas que tampoco te caen bien y quizá también merecen respeto; por eso a veces está bien que el artista sea insultante, insultantemente astuto, rico, talentoso o dotado con una insultante mala hostia.

 Por eso creo que dentro de los genios que ha parido mi patria chica, la figura de Juan Carlos Aragón ha sido muy necesaria, rompiendo el arquetipo del modesto andaluz que canta cuando le dan permiso y le pagan, que tiene que hablar de lo mismo que otros hablaron como otros lo hablaron y que tiene que decir que no sabe muy bien de dónde le viene el éxito, y que intenta tan solo cantarle cosas bonitas a su tierra.

Pero no, Juan Carlos Aragón no lo intenta, bendito sea y gracias por todo; lo hace. Y así lo dice. Y ole tu polla.

        

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