Sindéresis

El Sr. Romero, una novela

Se monta en el coche oficial y pregunta al jefe de servicio si los operarios de limpieza están listos. Tiene foto en la otra punta de la ciudad.

Publicado: 22/10/2018 ·
00:46
· Actualizado: 22/10/2018 · 00:46
Publicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

Del propio autor:

VISITAR BLOG

El Sr. Romero se levanta temprano porque siempre tiene mucho trabajo que hacer; hay tanta gente que aún no le ha visto darlo todo por su ciudad…

El cielo está despejado y reluciente, una magnífica climatología para cualquier obturador o incluso dispositivo fotográfico digital. Repasa la agenda. En primer lugar debe acercarse a una Asociación de Vecinos en la que van a inaugurar un azulejo sacro. De nada sirve llegar antes que el fotógrafo, así que primero le envía un whatssap para ver dónde se encuentra. La respuesta es sucinta: Voy.

Siempre le responde lo mismo: Voy. No lo ve demasiado motivado.

El coche oficial aparca de doble fila. El Sr. Romero sale cerca de donde unos niños juegan a ordenar una hilera de piezas de bordillo arrancadas o destrozadas. La hierba asoma entre las rendijas del pavimento, punteado de restos de chicle y grietas producto del empuje de los árboles. El Sr. Romero ni siquiera toca la acera con sus zapatos. Se acerca cruzando la calle mientras el fotógrafo apaga a la prisa un cigarrillo. Los vecinos le enseñan el azulejo. Admirable. Uno de los vecinos huele a no haber pasado por casa después de haber estado en el fango. Hay que aguantar un poco. Foto. Hecho.

Se monta en el coche oficial y pregunta al jefe de servicio si los operarios de limpieza están listos. Tiene foto en la otra punta de la ciudad.

Cuando llegan, una vecina está metiendo el cadáver de una rata en una bolsa de basura, pero duda antes de echarla en el contenedor de residuos orgánicos, no le vayan a poner una multa. El Sr. Romero la reconoce; tiene facilidad para recordar las caras. Lleva cuatro años pidiendo una vivienda de protección oficial para poder alejarse del marido del que ya se ha divorciado, pero, ¿qué puede hacer él?

Obvio. Se queda en el coche hasta que la señora decide llevarse la rata a casa y tirarla en una hora más prudente. No muy lejos hay una rama del tamaño de un árbol caída sobre un banco. Es posible que lleve varios días, ya que la cinta de seguridad está rota y ajada; no es un buen ángulo para la foto. Los vecinos que quieren transmitirle sus quejas sobre las aguas fecales esperan en la puerta de un bloque de pisos.  

El fotógrafo llega en moto. Es el momento de salir. Algunas palomas se alejan al vuelo de su paso, menos un par de ellas que, intoxicadas por algo que alguien echó en el suelo para ahuyentar a las ratas, anadean hasta debajo del banco cubierto por la enorme rama.

El árbol lleva muriendo seis años y ya casi no transporta savia. Nadie sabe que en la próxima tormenta se derrumbará sobre el llano de la plazoleta mientras las ratas que habitan en las palmeras cercanas, sin anillar, bajarán a darse un festín con las crías de pájaro.

Los operarios de limpieza sitúan estratégicamente el vehículo a indicaciones del fotógrafo mientras el Sr. Romero despliega su mejor gesto de preocupación y escucha activa. Finalmente se ve obligado a explicar a los vecinos las dificultades que entraña la separación de los dos tipos de aguas y el acondicionamiento de alcantarillas, la falta de presupuesto, el desprecio de la Junta de Andalucía y el Gobierno central a las necesidades de la gente de La Isla. Al menos dos parecen convencidos. Dos de diez. No está mal. Buenos andaluces.

El Sr. Romero consulta su agenda, optimista, ilusionado. Da las indicaciones precisas al fotógrafo y los operarios de limpieza para acudir a su siguiente cita con los vecinos. Hay tanto trabajo por hacer. Hay tanta gente que aún no le ha visto darlo todo por su ciudad…

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN