Sindéresis

El bosque del caimán

Por eso digo, aconsejo, que tengáis cuidado cuando alguien os emociona en un discurso de manera deliberada.

Publicado: 28/05/2018 ·
01:32
· Actualizado: 28/05/2018 · 01:32
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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El 14 de agosto de 1791, en Bois Caïman, enclave perteneciente a la plantación Le Normand de Mézy, Cécile Fatiman y otros líderes negros como Zamba Boukman dieron comienzo a la primera revolución de esclavos exitosa de la historia, el primer movimiento de liberación colonial de América Latina.

Haití se convirtió durante cinco años en un campo de batalla hasta que las tropas de Napoleón Bonaparte hubieron de abandonar la isla. A esta revuelta sucedió el Primer Imperio de Haití (cuidado con el nombre) y, si bien acabó con el colonialismo, no así con la esclavitud. Los vencedores también se convirtieron en esclavistas. ¿Quiere esto decir que el poder corrompe? No. Quiere decir que hijos de puta hay en todas partes, en todos los bandos, y que por eso todos los movimientos del cambio y del progreso están obligados a dotarse de sistemas estrictos e imprescindibles de democracia interna.

Es como esa sensación que tenemos cuando pertenecemos a un grupo y nos emocionamos juntos, cuando un discurso comienza a levantar nuestra piel y la del de al lado, el sentimiento se contagia, la fuerza se transmite… la voluntad se disgrega.

Lo vemos en un mitin y en un campo de fútbol.

 No hay nada más peligroso para el ser humano que la mente colmena porque, ¿sabes qué? Ese o esa que está dando el discurso cobrará su peaje por sacarte del sopor y se asegurará de ocupar la primera silla que quede libre. A no ser que te controles. A no ser que respires y mires a tu alrededor y, sobre todo, midas las palabras que están siendo dichas.

Hay una película de terror en la que uno de los personajes, un predicador de pacotilla, se apuesta con los que graban el reportaje que es capaz de dar la receta de un postre ante un público enfervorecido sin que nadie se dé cuenta; y lo hace. Es como con los caballos. No importa lo que les digas, sino el tono de tu voz.

Y como somos así de gilipollas, como está en la naturaleza humana, por el mismo motivo por el que nos abrigamos cuando hace frío, debemos acorazarnos cuando somos convocados a un mitin, cuando un líder nos reclama, cuando alguien quiere hacernos parte de algo.

Julio César, la obra de teatro, la película si lo tenéis más accesible, con Marlon Brando como Marco Antonio, es un excelente ejemplo de lo que digo. Tras el asesinato de César, su amigo Antonio se presenta ante el pueblo de Roma con el plan en mente de desatar los perros de la guerra, pero no es así como comienza su discurso. Los discursos te agarran por la emoción y, cuando estás lo bastante emocionado, cuando ya no eres tú, sino parte de una emoción conjunta, entonces te sueltan la bomba, entonces son capaces de pedirte cualquier cosa. Aquí yace César. ¿Cuándo tendremos otro mejor?

Entonces te dicen que consenso mis cojones. Entonces te llevan a la revolución para traficar contigo. El don de la palabra, qué maravilloso y bastardo al mismo tiempo.

Por eso digo, aconsejo, que tengáis cuidado cuando alguien os emociona en un discurso de manera deliberada.

Que tengáis mucho cuidado cuando os intentan reducir a un lema.

Y si os intentan reducir a un símbolo, aunque sea un gesto, una bandera o un partido, joder, entonces huid, insensatos. En Bois Caïman solo hubo dos tipos de esclavos reunidos: los líderes y los muertos.

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