Sindéresis

Un domingo, una columna

Pienso que el escándalo de la diversidad de opiniones en las redes sociales no es más que la sobrecarga de alguien que ahora no puede elegir sus amistades.

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Hay veces que se hace difícil escribir una columna, porque el formato pide llegar a algún tipo de conclusión personal, desarrollar algo, razonarlo y concluirlo. Como si uno supiera dar soluciones a los problemas. Hay semanas que tu cabeza es una tormenta y, de tan graves que son tus dudas, acabas dejando caer de las manos al teclado un tema ligero con conclusiones sencillas, como quien sopla un poco en las brasas para que no se apaguen.

Porque, en realidad, mi cabeza, no sé si la cabeza del resto de columnistas, no se parece a una caja ordenada por temas y puntos de vistas. Se parece más bien a una tormenta. Si abrieses la tapa de mi cabeza un día cualquiera, mientras pienso la columna del domingo, encontrarías que…

…me pregunto…

…si para acabar con el machismo es suficiente con bloquear a los machistas, si no habría que hacerlos feministas.

Pienso que el escándalo de la diversidad de opiniones en las redes sociales no es más que la sobrecarga de alguien que ahora no puede elegir sus amistades. Que no tienes mil cuatrocientos amigos y que cuando solo tenías cuatro tampoco os poníais de acuerdo.

Pienso que la mayoría de los problemas éticos necesitan soluciones científicas, que el problema está en la falta de medios. El racionamiento de comida solo se plantea donde hay hambre. La pajita más corta es algo que solo vivirán los náufragos. La gestación subrogada necesita de un vientre no humano. La cadena perpetua revisable se plantea porque no sabemos arreglar a la gente.

Todo sucede en la infancia, que es como una tirada de muchos dados cuyos resultados iremos conociendo con el tiempo. Cómo te influyó que te pegaran, te tocaran, no te tocaran. Tapamos la tirada de dados con un cubilete llamado familia, colegio. A veces el cubilete es destapado por un tiroteo en un instituto, un incendio, un conductor suicida.

Hay veces que vas a escribir una columna y te sientes cansado de ti mismo, de hacerte el listo, de hacer como que aportas, de que esto sea unidireccional, de no estar donde está el que lee, de no leerle. Hay semanas que escribirías quince.

Hay temas que necesitan cien páginas.

Hay cosas que no puedes decir en voz alta.

Mides tus palabras porque solo quieres ser responsable de las tuyas, y por Dios que no se parezcan a las de otro que por otra parte y en otros términos diga cosas muy feas. Pero escribir una columna, un domingo, no es un deporte de riesgo. A veces es más parecido a que te asignen una isla del Pacífico para defender y se olviden de avisarte de que la guerra se ha acabado. Y con eso, sigue siendo una tormenta. Sigue siendo un bosque lleno de presas cuando solo te han dado una bala. Sigue siendo extraño, dar categoría periodística a algo que es tan solo tu opinión. Podrías decir cosas que te beneficien, pero no lo haces. Podrías mandar un mensaje en una botella que sabes quién va a recoger, pero no lo haces. Podrías ser tibio, pero no lo eres.

Porque escribir una columna, un domingo, es un honor, y todos los honores deben llevar aparejados una responsabilidad. En este caso, una que es sagrada y siempre en riesgo a lo largo de los siglos, un compromiso en los buenos tiempos, un derecho a recuperar solo en los malos, y esto es: decir lo que se piensa, a cualquier precio. 

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