Sindéresis

Enfermos

En aquellos meses colaborábamos como podíamos desde casa. Había gente fabricando mascarillas para los demás porque las mascarillas no llegaban

Publicado: 10/04/2022 ·
22:30
· Actualizado: 10/04/2022 · 22:30
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Yo tengo un amigo que es enfermero. Durante lo peor de la pandemia, sin equipo suficiente para protegerse, teniendo que volver a casa con su mujer y sus hijos cada día sin saber si había enfermado, sin pruebas para sí mismo, estuvo en el frente de batalla y vio de todo. Como podía, nos hacía recomendaciones para protegernos de un posible contagio. El sol acaba con el virus. Tened cuidado con la ropa. El jabón destruye su sistema de anclaje, pero no lo mata de inmediato. Lo destinaron a un moridero de ancianos y cumplió con su deber hasta el último momento, y una vez cumplido, su ánimo se quebró y entró en depresión. Igual que miles.

En aquellos meses colaborábamos como podíamos desde casa. Había gente fabricando mascarillas para los demás porque las mascarillas no llegaban. Salíamos a la calle con guantes de fregar y en ocasiones pañuelos para embozarnos. Ofrecíamos wifi a los vecinos para que no perdieran la conexión con el mundo. Hacíamos los mandados a las personas más vulnerables, familiares o conocidos. Ofrecíamos música, chistes o cuentos por internet para que la gente se entretuviera. Si tenías gastroenteritis, te jodías. Si tenías ansiedad, te jodías. Salías a un paisaje desértico para pasear al perro y tenías cuidado de no arrimarte a nadie. Ibas a por la bombona de butano y la fregabas allí mismo antes de meterla en el coche. Todos los días estabas atento a cualquier cambio en las medidas que te obligase a quedarte en casa, que te obligase a ir al trabajo. Los farmacéuticos, estanqueros y personal en los supermercados te atendían con miedo en los ojos; veías a algún enajenado entrar sin mascarilla y toda la tienda se tensaba. La gente moría por miles y sus cuerpos no podían ser velados por la familia. Todos teníamos la cabeza puesta en sobrevivir y ayudar a sobrevivir a los demás en esa pesadilla.

Eso es lo que hacen los mamíferos gregarios, en contraposición a reptiles e insectos. Cualquier otro comportamiento sería estudiado por biólogos y calificado como algún tipo de aberración, algún tipo de enfermedad, como si un búfalo cafre ofreciese su cría a los leones o una gata dejase de amamantar a sus crías. En este contexto, había gente levantando el teléfono para enriquecerse a costa de la desgracia. En medio de la excepcionalidad y cuando el gobierno anuló muchos requisitos a la hora de hacer contrataciones públicas, de conseguir de cualquier manera material sanitario para salvar vidas, los enfermos sociales de la avaricia se arrebujaron en torno al botín. Mientras la mayoría de las personas que podían, regalaban recursos para superar la crisis, ellos se confabulaban para repartirse comisiones millonarias a cambio de un servicio volátil, cobarde y aprovechado: «Te paso el contacto de uno que negocia con China si me ingresas cinco millones». En tiempos excepcionales el ejército tiene orden de disparar a los saqueadores; ¿qué diferencia hay con esta gente? «Vamos a decir que he sacado máquinas a la calle para quitar nieve, y me ingresas un pastizal». Esto mientras los sanitarios recorrían a pie, y a riesgo de sus vidas, decenas de kilómetros en medio de una ventisca nevada para no dejar su puesto abandonado.

Son parásitos, y lo peor de todo es que en las próximas elecciones recibirán vuestros votos, por millones, porque habéis perdido el orgullo de especie y, en lugar de defender a vuestras crías con cuerno, cuerpo y pezuña, las entregáis voluntariamente a los leones y culparéis de ello a quienes todavía luchan contra la matanza.

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