Seis mil pesetas y un sueño entre mis testículos y el ano

Publicado: 04/05/2018
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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No es solo suerte, es el esfuerzo. Evidentemente es necesaria esa pizca de fortuna que te hizo mear antes de coger el coche. Ese minuto de retraso que evitó que te vieras envuelto en el accidente que observas al pasar junto a él en carretera. Esa sonrisa del destino que logra que aterricen los aviones en los que viajas. Fortuna también en la salud… pero no debemos restarle méritos al tesón y al esfuerzo. Voy a ponerme una medalla.

Carretera hacia los montes de Málaga. Una curva, un pequeño descampado y una vista deslumbrante de la ciudad. La noche encierra el cielo mientras que un mar de luces destella en el horizonte e ilumina el insomnio de sus habitantes. La luna riela, argenta y soñadora, en nuestras pupilas. Estoy con tres de mis hoy aún mejores amigos. Somos recién conocidos. Les hablo de mi intención de estudiar una carrera para oficializar lo que ya era… periodista. Me creyeron y supe que así debe describirse la amistad. A pesar de haberme conocido cuando aún dormía en las calles, me creyeron.

Y sí, me lo preguntan a veces, hubo un tiempo en el que mi casa se estiraba desde la estación de autobuses hasta la de trenes. Sincronizaba los horarios de salidas y llegadas con mi tiempo para dormir. Salvo un pequeño intervalo, en el que me recostaba en los bancos de la plaza o leía viejos libros en un bar que abría casi 24 horas, mi cuerpo se sentía a salvo cerca de los andenes.

El objetivo… ahorrar. Y se ahorra mucho cuando no pagas alquiler, luz y agua. Ahorrar para estudiar. Suena ñoño, pero también suena hermoso. Sabía que con 17 y 18 años, dormir a la intemperie podía confundirse con aventura y así disimulaba la verdadera razón… la pobreza. Pero sabía que a los 40 años, ese disfraz no serviría. Os juro que ese esfuerzo mereció la pena. La única forma de eludir la miseria era a través de la educación, la cultura y la formación. Puedes tener dinero y ser un desgraciado. Así que viré hacia mis tres primeras y amadas damas.

Julio. Seis mil pesetas como fondo de inversiones que guardaba entre mis testículos y el ano. Siempre supe que me dejaría robar pero nunca permitiría que nadie me tocase los huevos. Algunos días comía en Goofy, un restaurante buffet ubicado dentro del centro comercial Continente. Esperaba a que una familia terminase, me acercaba con educación y les preguntaba si podía comerme sus sobras. No sintáis pena, siempre se dejaban mucha, pero mucha comida en la mesa.

Luego encontré un trabajo de cajero en el Pryca Alameda. Estuve un tiempo, breve, durmiendo en unos bancos de cemento enyesados en la parte exterior. Al coscarse mi jefa, Bienvenida, me consiguió un adelanto. Una cajera, a través de la prima de su novio, una habitación en Fuente Olletas y así, poquito a poco, asenté mi alma lo suficiente para poder centrarme en mi objetivo: estudiar.

Son muchas las anécdotas y las vicisitudes vividas en ese periodo y muy poco el espacio para relatarlas en un solo artículo. Pero hoy quería recordar una esquina de esa época. Recordar cuando les conté a esos embriones de amigos mi humilde sueño. Ellos me creyeron y comencé a escalar. No he llegado muy lejos. Quizás, querido lector, querida lectora, usted piense que no estoy en la cima de ninguna montaña... es cierto, pero es que me niego a olvidar que no comencé mi aventura desde la base, la comencé casi desde el abismo donde habita el mismísimo infierno.

¿Tuve suerte? Puede, pero esta semana, en la que mi segundo hijo va ya por su segundo aniversario, al verlo sonreír, miro mi pasado para conjurarme de nuevo: aunque le ayude a escalar hasta la falda de la montaña, no debo olvidar inculcarle de dónde vengo, dormirle con mi esfuerzo y explicarle que el dinero paga el alquiler, la luz y el agua, pero que la educación, la cultura y la formación son los cimientos para una vida en dignidad y sobre todo, para que nadie te toque los huevos (o los ovarios si se cambia de sexo).

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