He de ser sincero. Un sangrante tormento me sacude desde la médula ósea hasta la epidermis cuando, nada más abrir mis ojos a un nuevo día, leo que 19 niños y niñas, de entre siete y diez años, junto a dos profesoras, han sido asesinados en su centro escolar a manos de un joven de 18 años que antes de salir de casa disparó a su propia abuela, con la que vivía.
Que han muerto veinte niños, bah, da igual. Que 6.500 desgraciados han perdido la vida durante construcción de los estadios de fútbol para la Copa Mundial de Qatar, una dictadura, sí, pero forrada de pasta, bah, esos son nimiedades. Mandamos a Rubiales y así las mujeres tendrán por fin un puto cuartEl autor de la masacre cumplió 18 años el pasado 16 de mayo e inmediatamente compró dos AR-15, un rifle semiautomático que poseen entre diez y doce millones de estadounidenses. He de ser sincero, se me eriza cada uno de los 21 gramos que dicen que pesa el alma. No sólo con esta matanza, me ocurre a menudo. Tengo el maldito defecto que no sé distinguir personas y sus sufrimientos, de primera, de segunda o de tercera. Tengo el maldito defecto de sentir, o mejor dicho, imaginar el llanto de cualquier madre a la que arrebatan a su hijo, ya sea en Yemen, ya sea en Texas. Ya sea en Ucrania, ya sea en Palestina. Ya sea aquí, al lado, en el Estrecho de Gibraltar, en esa fosa común pero exclusiva para los pobres que se ahogan en un vano intento de huir de la miseria. El grito es el mismo. Las lágrimas, siempre translúcidas, nos acaban igualando. La onda expansiva de ese padecer deja en pañales cualquier efecto provocado por el aleteo de un ejército de mariposas.
Pero he de ser sincero. No quiero hablar del hecho, quiero hablar de lo que ocurre tras el hecho. Y es aquí cuando ni siquiera el tormento, ni siquiera el alma erizada, evitan que me hierva hasta la saliva y el aliento. La estupidez humana no tiene límites. Y no hablo de los miles de gilipollas que opinan por las redes sociales cual jauría de carroñeros incapaces de ver reflejada su estulticia en el espejo. No, no hablo de ellos.
El fiscal general de Texas, Ken Paxton, dijo que es necesario armar a los profesores para evitar este tipo de sucesos. Ole sus cojones. Ya no es que se preocupe de que entren armas en un colegio, es que las quieren meter desde la propia Fiscalía. Y encima, el profesor además de preocuparse de enseñar la regla de tres, esa que es la única que le importa a Ayuso, debe convertirse en un guardia y llegado el caso meterle un tiro en la cabeza a un exalumno. Bravo.
Hay más. El senador republicano por el estado de Texas, Ted Cruz, lo tiene claro. La solución, pues, coño, “tener una sola puerta para entrar y salir”, con policías vigilando. Ya si en la próxima entran por la ventana, pues ya saben, quiten las ventanas. Y si el asesino se las apaña para entrar, suerte la suya porque los de dentro lo tendrán más difícil a la hora de escapar. De la prevención contra incendios ya hablamos otro día. Joder, lo fácil que es llegar a ser senador.
¿Control de armas? Bah, tonterías de progresistas, izquierdistas, ecologistas, intelectuales y, sí, por qué no decirlo, maricones de mierda. Si en lo que llevamos de año, en estos mesesitos, solo 17.202 personas han fallecido por disparos de armas de fuego en Estados Unidos. Bah, una minucia
Y ahora otro dato, que nos ayudará a comprender qué ocurre. Sólo desde octubre de 2016 hasta septiembre de 2017 se vendieron en el país 41.930 millones de dólares en armas. Para hacernos una idea de lo que mueve este negocio, es aproximadamente lo que ingresó Facebook ese mismo año, en 2017.
Y he de ser sincero. A mis años, con un escroto que flota y sobresale del agua cual corcho cuando me baño, ya sé que es el dinero. Que han muerto veinte niños, bah, da igual. Que 6.500 desgraciados han perdido la vida durante construcción de los estadios de fútbol para la Copa Mundial de Qatar, una dictadura, sí, pero forrada de pasta, bah, esos son nimiedades. Mandamos a Rubiales y así las mujeres tendrán por fin un puto cuarto de baño.
El cómico Dave Chappelle dejó claro hasta qué punto somos gilipollas. Al parecer, en algunos colegios, realizan simulacros para saber cómo actuar y dónde esconderse en el caso de un ataque. Hasta ahí todo bien. Solo un detalle, en la gran mayoría de los casos, entre los alumnos que están atendiendo dichas explicaciones está el que el día de mañana cometerá la matanza… y seguramente será de los que más atención esté prestando a las indicaciones del simulacro. Incluso preguntará: “Perdona, teacher, no lo he entendido bien, ¿Se esconderán…? Ejem, ¿nos esconderemos en el aula de música, no?"... "Ok, perfecto”, dirá mientras lo anota en su libreta.
Seamos serios. Cada año, en los Estados Unidos, una media de 3.500 menores mueren a causa de armas de fuego y al menos 15.000 resultan heridos. Dividan esa cifra entre las ganancias de las empresas que se dedican a vender armas, y el resultado es exactamente lo que vale sus vidas para los desgraciados que legislan en un mundo subyugado a las fluctuaciones del precio de una onza de oro.
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