Los conductores de taxi creerán que la vida es injusta. Que ellos merecen mayor respeto. Que su servicio es público y necesario. Y que son maltratados por la opinión pública, o al menos por la publicada. Y quizás lleven razón. Pero me temo que nadie imparcial, ay, siente mucha piedad por ellos. Los simpáticos y honestos chóferes que devolvían olvidadas carteras con dinero se han ganado un desprecio que pocos colectivos consiguen.
Uno de ellos es el mío, el de periodista. La fiebre rosa iniciada por los inocentes Tómbola y Qué me dices, y seguida por otros merluzos de calibre Navarone, junto a la entrega de los medios a sus poderes fácticos preferidos para esquivar la falta de ingresos económicos, dejó a un lado el coraje cívico que se le suponía al cuarto poder, de ahí que casi nadie sintiera piedad tampoco por los 20.000 gacetilleros que fueron al paro.
Una de las diferencias entre el gremio de los chóferes urbanos y el mío es que ni un periodista golpeó a nadie, cortó carreteras ni, vaya, casi gritó. Se nos va la fuerza en la pluma (metáfora de ordenador). Nunca hemos sido guerrilleros, jamás peleamos por nuestros derechos con auténtico denuedo cívico. Más aún, tendemos a alegrarnos del mal ajeno, y a sumarnos a las turbas sedientas de sangre, como hemos visto en algunos periodistas que clamaron por una vieja opinión sobre la Semana Santa de la ahora consejera andaluza de algo, dándole en la cabeza hasta que ella -parece persona de poco cuajo- ha pedido perdón.
La lista es mas amplía. Qué decir de los agentes de viaje, masacrados por las reservas desde casa vía ordenador. O las tiendas de discos. O tantos gremios que el tiempo fue despiezando.
Todo esto lo hemos visto o vivido más de uno y más de mil. Y yo a nadie conozco que haya recurrido a repartir galletas o joder el día a desconocidos.
Hay sectores (incluso Podemos, fíjense) que defienden al amigo conductor que decía Encarna Sánchez.
Pero servidor aplica la misma regla a todos, sean vascos radicales o hooligans futboleros; astilleros o anti abortistas. Si te pones violento, hasta aquí hemos llegado. Por eso me compadezco poco por el trigésimo séptimo gremio al que el tiempo que vivimos obliga a mudar la piel. O al menos la tapicería del coche.
Hasta que los taxistas no reparen en que nada será como antes, o hasta que no aparezca un ministro como Pepe Blanco, capaz de domeñar incluso a los controladores aéreos, seguirán amenazantes sobre nuestro día a día. No pueden evitarlo.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es