Empieza a ocurrir lo que resultaba imaginable. Basta con mirar a otras ciudades que van por delante y son nuestro espejo. Sevillaland, sigue sus pasos de forma metódica desde hace unos años como si fuese inevitable, sin pararse a pensar en que puede aplicar un plan propio.
La ciudad vive en una nube de éxito que la está volviendo incómoda. El tráfico vuelve a aquellos tiempos pre rondas, con atascos por nimiedades como la entrada a un parking. La suciedad se eleva, a pesar de la ruidosa flotilla de Mad Max que dejó el alcalde previo. Los alquileres suben como si estuviéramos locos y pudiésemos pagarlos. Los 40 eventos al día obstaculizan hasta el paseo peatonal por las calles. Sevillaland se rinde (siempre se ha rendido, jamás batalló a lo largo de su historia) al turismo, a un nuevo estar.
Vendrán quejas. Y luego protestas. Y mesas de debate, planes estratégicos y comités de expertos.
Pero no somos personas de tomar el futuro de las riendas, con vigor y constancia; de intentar recorrer un camino propio. Con lo que eso cansa y con lo que se suda aquí.
Por eso, observen bien a Barcelona o Venecia. En nuestra escala más provinciana seguiremos sus pasos y nos encontraremos -como los gitanos en Triana o los payos en San Bernardo- expulsados de nuestro paisaje. En verdad, ese territorio ya estará laminado por el paso, tan beneficioso en lo económico como aniquilador en lo cultural, de las tropas de ñus foráneas. Ni tiendas, ni bares, ni vecinos, ni sonidos o los meros letreros luminosos, resistirán a las necesidades del mundo de las maletas con ruedas.
Sí el alumbrado de Navidad permaneciera instalado todo el año, como la portada de feria, o el arco de aglomerado del Corpus, nos acostumbraríamos enseguida. Es más, si la medida la aprueba una coalición conservadora, brotará una escuadrilla mediática valorando el acierto de esta puesta en valor de nuestras tradiciones, que todo el mundo envidia y es motivo de asombro internacional.
Ya son 277 las calles que tendrán alumbrado navideño, una de cada diez. En octubre vemos operarios liados con las guirnaldas multicolor. Y en diciembre a los de la portada con sus pintorescos paneles. Como forma de dar empleo es buena, al fin y al cabo la gran industria de la ciudad es el conocido como sector servicios, es decir, las empresas que tienen lugares públicos donde hacer pipí.
Sevilla corre el riesgo de morir de éxito. Pero eso no importa. La luz nos atrae, aunque suene un silbido agudo cada vez más cerca junto a ella.
