Sevillaland

Un tsunami reparador

He soñado esta noche que un tsunami entraba en Sevilla desde el océano. Sus devastadores efectos se hicieron notar primero en Los Bermejales

Publicado: 13/05/2018 ·
22:49
· Actualizado: 13/05/2018 · 22:49
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

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Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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He soñado esta noche que un tsunami entraba en Sevilla desde el océano. Sus devastadores efectos se hicieron notar primero en Los Bermejales, aunque en verdad ni monumental ni antropológicamente resultaba una zona de interés. Las aguas, tras su prolongado surcar marismeño, iban trufadas de barro, medallas rocieras y paelleras. Quedó sepultada casi toda la ciudad, sólo se salvó el meollo del centro histórico, elevado una decena de metros sobre el resto de la urbe Cuesta del Rosario arriba, por el norte; y calle San José, por el sur.

Pasado el atronador rugido de la marejada, y acallados los gritos de horror, se levantaron a duras penas del suelo los únicos supervivientes. Con emoción, se miraron a los ojos: todos eran turistas o camareros. (En verdad, también algunos dependientes asiáticos, y señoras sorprendidas por la hecatombe mientras daban entrada a unos clientes en el piso que alquilaban en air be and be).
Continúo con mi sueño.

Los supervivientes se afanaron en la tarea de reconstruir Sevilla. Como los camareros eran todos licenciados (de Letras, sí, aunque algo es algo) se reconstruyó Sevilla con puntos de vista que la cambiaron de raíz: los que aspiraban a ser funcionarios quedaron en minoría; nadie entendía el concepto La esensia de la ciudad; el folclore musical fue mimado y no un regalo adulterado; podían conducir taxis exclusivamente mujeres; el enlosado evitaba el ruido de las maletas con ruedas; fue construido un único estadio de fútbol; y las calles ofrecían más espacio a personas que a mesas de plástico.

Todo apuntaba a un futuro mejor. Las alabanzas y premios llovían sobre la nueva Sevilla, asociada a emprendimiento, tecnología, cosmopolitismo, tolerancia. Exultante, al Ayuntamiento se le ocurrió montar una feria que lo mostrase, amenizada musicalmente, y con espacios acotados para el negocio y la charla. Fue un éxito. Para dar gracias, organizó una procesión extraordinaria con paradas en los antiguos conventos, ahora hostels atendidos por monjas, para que cantasen himnos desde los balcones los estudiantes alojados.

La alcaldesa, una joven licenciada en Filología alemana, se vino arriba y creó una televisión local en la que todas las opiniones tuvieran cabida, así como los nuevos valores de la canción local, que aparecían por doquier sin motivo aparente.

Cuando salió en pantalla el primer concursante -un niño gordito que pegaba la boca al micro- tronó el despertador; el de mi vecino, pues mi bloque no se caracteriza por las buenas calidades. Me asomé a la ventana con aprensión…

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