Los partidos estatales insisten -tras la inhabilitación de Torra- que Cataluña ha llegado a un punto final en su trayectoria, después de los intentos de proclamación independentista. El tiempo volverá a poner sobre el tapete que se está en un punto y seguido. Los avatares políticos - el periodo ya cantado de cuatro meses de interinidad y la convocatoria por un procedimiento alambicado de elecciones sin fecha - no llevarán la estabilidad deseada a Cataluña. Las fuerzas independentistas no han podido con el Estado -un presidente huido, otro destituido y el otro también inhabilitado: Puigdemont, Torra, Mas, y un grupo de dirigentes encarcelados. Un resultado políticamente lamentable.
Hay varios problemas de fondo. El primero, la ley electoral favorece, desde siempre, a las comarcas rurales de raigambre convergente y exconvergente -antiguos territorios de dominio carlista- y ahora zona también de Esquerra Republicana, sobre las urbanas, fundamentalmente el área metropolitana de Barcelona. Ello descompone la representación popular a favor del independentismo. El segundo, el “empate técnico” - mínimo porcentaje arriba o abajo- de los bloques proindependentista y antiindependentista en la sociedad no se refleja en el parlamento por la ley electoral y, además, no son permeables entre ellos. No hay en estos momentos una trasversalidad que permita cualquier alianza entre las opciones de la derecha y la izquierda porque el factor soberanista descoloca el mapa político, por la primacía identitaria. Tercero, casi todos los presidentes de la Generalidad, y antes de la Mancomunidad de Cataluña, han tenido problemas graves con el Estado. Los sistemas dictatoriales en España - Primo de Rivera y Franco- con disoluciones y fusilamientos-, los democráticos con el fondo de un independentismo irredento ya sea contenido o bien impulsado a las claras. Cuarto, existe una ruptura interna de los bloques. PP, PSC, Ciudadanos y Vox están tan mal avenidos como los independentistas de la CUP, los seguidores de Oriol Junqueras, Mas o Puigdemont o Marta Pascal, del nuevo Partido Nacionalista de Cataluña (a imagen del PNV), aunque los tres últimos provengan del pujolismo. El enigma, que se resolverá tras las elecciones, es si el proceso de radicalización del independentismo se amortiguará o seguirá su camino hacia una nueva confrontación con el Estado. Es de ilusos no querer reconocer que hay un problema político de fondo que , en democracia, no se arreglará ni con guardias ni con mosos.
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