Poco hay que decir a estas alturas en las que vivimos la denominada segunda oleada la cantidad de problemas, preocupaciones y desgracias que nos ha traído, y que nos traerá en un futuro, el dichoso coronavirus. Tampoco puede discutirse que nos ha cambiado, y nos seguirá cambiando, la vida a todos nosotros, modificando todos nuestros hábitos y costumbres cotidianas, tanto en nuestra vida personal, como en nuestra vida laboral, en nuestro trabajo. Una de las consecuencias naturales que trajo consigo el confinamiento que sufrimos fue la paralización de todas, o casi todas, las actuaciones administrativas, y entre ellas, las de Hacienda.
Bien es cierto que el papel que le tocó a este Ministerio, aparte del de Sanidad (que ese es otro cantar), no fue fácil porque de él dependía la obtención de los ingresos necesarios para acometer el pago de los gastos, que desgraciadamente no fueron pocos.
Por ello, como lógicamente ha de ser natural en estas circunstancias tan especiales, hay quien vio en la Agencia Tributaria una señal de acercamiento ante su cliente (el obligado tributario), mimándole, ofreciéndole ventajas, facilitándole el cumplimiento de sus obligaciones, retrasándoles el pago de sus impuestos, paralizando sus procedimientos de inspección, y un largo etcétera de medidas que parecieron justas y adecuadas a los momentos que nos tocaba vivir.
Pero ahora parece que todo eso terminó, a pesar de que seguimos teniendo, si no más, el mismo problema que teníamos en marzo y abril; esto es, siguen creciendo los infectados y los ingresos en los hospitales, la ocupación creciente a diario en las UCI, la saturación de la atención primaria, con la única diferencia de que ahora nadie quiere pensar en el “maldito confinamiento” a pesar de que no son pocos los que van creyendo que peor es no confinar cuando debemos hacerlo porque el daño a la economía puede ser mayor que si se confina ahora.
Y digo que se terminó porque son ya muchas las voces autorizadas que creen que la Agencia Tributaria está ahora intentando recuperar de golpe el tiempo que durante el confinamiento perdió en el ritmo de sus expedientes de inspección porque esto puede provocar importantes perjuicios en un momento tan delicado económicamente como el que vivimos. Y esta conducta responde a la doble cuestión de que quiere ponerse al día en todas aquellas actuaciones que suspendió durante la pandemia, a la par de que con ello consigue ingresos adicionales para cubrir sus costes.
Y esta voraz actuación tan voraz tiene su reflejo en la inmensa cantidad de requerimientos e inspecciones que de forma masiva se están llevando a cabo, y lo que es peor, desde sus propios despachos, realizando actuaciones en expedientes abiertos que casi no se documentan y se resuelven, si me apuran, sin poner de manifiesto lo que hay dentro de ellos y sin que se pueda discutir ni contradecir.
Sería recomendable que, si se pudiera, volvieran a la situación anterior, mucho más amable y razonable.
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