La Pasión no acaba

De maestro a tronco

Las prisas, la relativización de todo, los egoísmos, la educación en la cuesta abajo deslizándose sin freno, eso que llaman nuevos tiempos y la dosis que...

Publicado: 08/07/2020 ·
21:41
· Actualizado: 08/07/2020 · 21:41
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  • La universidad, los alumnos y el profesorados. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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Las prisas, la relativización de todo, los egoísmos, la educación en la cuesta abajo deslizándose sin freno, eso que llaman nuevos tiempos y la dosis que a uno le quede de arcaica costumbre. Debe ser una mezcla de todo, una pizca (mi abuela decía "una mijita") de cada cosa. El asunto es que provoca repeluco, al menos en mi caso, escuchar cómo se relacionan ahora -por ejemplo en las universidades- muchos alumnos con sus profesores. Hace tiempo que nadie les llama ni les considera "maestros". Del latín magister, un maestro es aquel que destaca por su perfección dentro de su género, que ejerce la maestría y enseña o forma adecuadamente. Empiezan además a desaparecer los "alumnos", personas que reciben las enseñanzas y aprenden de manera conveniente. Cabe dejar por escrito y recordar que un alumno no deja de ser un discípulo, o debería tener la intención de serlo.


Volvemos a ubicarnos en masa en un extremo de la barca. Hace años el profesor o maestro tenía licencia para enseñar, sofocar, castigar e incluso atizarle al descarriado de turno algún bofetón sin más permiso y legalidad que su condición de magister. Pasados los años, no son pocos los casos en los que los alumnos insultan, maltratan y menosprecian el hermoso ejercicio del profesorado. Vamos de córner a córner huyendo del equilibrio y la razón.


He escuchado una conversación entre un alumno universitario y su profesor. Se tratan como colegas, amigotes de barra y cerveza, tíos, troncos, "no me toques los huevos". En ese tono, en ese trato de aparente "normalidad" que pretende hacerme ver que ninguno de los dos son importantes, que son iguales para todo y por todo, que nada importa. Y no es verdad. No lo es porque el alumno es el llamado a aprender, porque el profesor tiene como obligación enseñar, porque uno ha de valorar y decidir sobre el futuro del otro durante un tiempo de formación y crecimiento en el que las partes deben jugar y cumplir su papel. No es verdad que sean iguales para todo porque mi padre es mi amigo en tercer o cuarto lugar. Primero es... mi padre. No es verdad porque la obligación de uno es enseñar (y hacerlo con lo mejor de sí mismo en todos los sentidos) y por eso cobra, y por eso suponemos que quiso dedicarse a enseñar. Y la obligación del otro es aprender, y esforzarse, y beberse el agua del conocimiento de la fuente que abre el maestro.


Lo sé. El discurso de este artículo suena a tiempos pasados. Me lo dirá seguro un hombre al que admiro, al que quiero y respeto. Es mi profesor y coincidí con él hace más de treinta y cinco años. Me ha enseñado, querido y respetado. Lo he querido, respetado y admirado. Él me llama Víctor. Yo le llamo... DON MANUEL. Que para eso ha sido mi maestro. 

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