La Pasión no acaba

Maneras de morir

El ingenioso Hidalgo luchó por sus principios, hasta que descabalgó del jamelgo de su extensa vida, contra los molinos de viento de la modernidad...

Publicado: 11/09/2019 ·
22:25
· Actualizado: 11/09/2019 · 22:25
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  • Pepe Hidalgo. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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El ingenioso Hidalgo luchó por sus principios, hasta que descabalgó del jamelgo de su extensa vida, contra los molinos de viento de la modernidad. Los molinos eran esos jóvenes intrépidos y raros que llegaban a los ensayos con unos papeles llenos de rayas y símbolos que había que aprender a leer. Los nuevos músicos que se acercaban a la Centuria Macarena y al siglo XXI  llamaban partituras a esos papeles que provocaban urticaria en la piel de un director que llevaba medio siglo ensayando de oído. “¿Parti qué?” -preguntaba Hidalgo- y entonces el muchacho de más valor, porque había que tenerlo, le explicaba a Pepe que los miembros de la banda debían aprender a leer música porque las composiciones actuales eran más complejas y  el colectivo no podía estancarse. “¿Estancarse mi banda?” -se ofendía el jefe. “Vamos, por Dios bendito!, “¡Cuándo se ha visto a un romano leyendo partituras!” y se marchaba unos metros más allá totalmente indignado con unos molinos de viento canallas que tenían forma de jóvenes osados, modernos y desconocedores del universo macareno. Pepe se sentía incomprendido y apenas le quedaba otra salida que desahogarse con algún Sancho que siempre se mantuvo fiel a su jefe de armas, defendiendo lo indefendible, aunque macarenamente sencillo: un romano tiene que ir acompañando al Señor pendiente de su paso y de su instrumento, y los papeles para los abogados.  

Pepe Hidalgo era un reducto, el genuino mástil de la tradición de un lugar especial en el mundo que representaba a la gente hecha a sí misma, a esas personas que se vieron obligadas a construir, a echar los cimientos del futuro. Pepe no estudió, pero se formó como autodidacta en el arte de acariciar la piel del tambor. Inventó incluso una manera de rufar, de amarrar los redobles. Ese descubrimiento no tiene nombre, porque lo inventaba cada cuaresma. Hidalgo rufaba como le salía en ese momento. Eso sí, era un redoble macareno, muy macareno, de arco y balcón, de huerta y Pumarejo, de puchero y agua con lejía en la puerta de la casa, de jazmines en el pelo de la abuela. Cada Semana Santa nacía de sus manos rechonchas y curtidas una suerte de mágico compás. Después, con esa voz de ralladura de cristales y el pecho de lata, sonreía como lo hacen los niños, con los ojos vidriosos y limpios, con carilla de sinvergüenza.
Pepe se marchó en soledad porque quiso. Se fue a vivir detrás de un arco después de meter su tambor en la funda del hasta siempre. Aprovechó que nadie le veía y tomó el camino directo hacia el eterno cielo sevillano, a veces verde Esperanza. Hay maneras de morirse. Y Pepe murió en macareno.

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