La Tribuna de Nertis

Menores (IV)

Escribía don José María Pemán que “el hijo es una pregunta que hacemos al futuro”. Y reflexiono mucho sobre esta afirmación cuando contemplo...

Publicado: 04/06/2019 ·
23:06
· Actualizado: 04/06/2019 · 23:06
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Escribía don José María Pemán que “el hijo es una pregunta que hacemos al futuro”. Y reflexiono mucho sobre esta afirmación cuando contemplo en una misma familia hijos que, habiendo recibido una misma educación, se manifiestan a través de  caracteres y comportamientos diametralmente opuestos.

Todo en esta materia es muy relativo. Me expreso desde una concreta posición social, desde mi cultura, y mis principios. Pertenezco a un segmento comunitario muy determinado y he sido educado desde unos parámetros de comportamientos influidos por la formación religiosa y social de mi familia y de mi tiempo. Pero, en mi reflexión, pienso mucho en la importancia -en todos los órdenes- del lugar de nacimiento y el entorno familiar. Sin salir de nuestra ciudad, no es lo mismo el transitar de los niños en un barrio acomodado que en otro resueltamente marginado. El niño no es responsable de esa circunstancia aparentemente trivial y, sin embargo, todos tienen derecho a los mismos cuidados, a disfrutar de una infancia feliz y a albergar la más risueña de las esperanzas.

No es así y, ciñéndonos a la educación, algo se podría mitigar si desde las esferas del poder, hoy tan dinamizado, se sentaran unas bases generales de la educación unitaria. Quien fuera prototipo de los visitadores en prisiones, la extraordinaria Concepción Arenal, afirmaba que “la sociedad paga muy caro el abandono en que deja a sus hijos, como todos los padres que no educan a los suyos”. Pues desde las diferencias sociales, en todos los casos debe procurarse enseñar a los hijos normas de comportamiento, aunque la cuestión no es en absoluto sencilla. Vivir la infancia en un ambiente de marginación e indigencia, con alguno de sus progenitores privados de libertad e incluso, quizá, algunos de sus hermanos mayores, no es precisamente el escenario ideal para la formación. Pero la cuestión, aun siendo complicada, nos reclama a todos, según nuestras posibilidades.

Las costumbres han igualado a los adolescentes en determinados comportamientos. Uno de ellos es la atención a la televisión y, en la medida de las posibilidades de cada cual, a otros elementos informáticos y similares. Es un descanso para los padres confiar horas y horas a los menores a las películas mal llamadas infantiles, llenas de extrema violencia, amén de otros programas inconvenientes de los más variados contenidos. Así estamos todos tranquilos y ellos en silencio. El gran Federico Fellini decía que “la televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural”.

Algo tan sencillo y perverso como igualar a los educandos por la incultura, igualarlos por abajo, lejos de iniciarlos poco a poco en la lectura, en la historia y en los valores que cada uno entienda deben ser focos de su progresión hacia su formación. La falta de atención de los padres y el acceso del menor a las redes de internet conducen necesariamente a situarlos ante un mundo de innegables peligros, con consecuencias insospechadas y perniciosas. El mundo de la sexualidad prematura e indebidamente canalizado, la perversión inducida de comportamientos a espaldas de la vigilancia familiar ante realidades que acaban siendo adictivas. De esos peligros, y de otros más, seguiremos hablando.

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